LA EXPLOTACIÓN DE LA SAL AL TÉRMINO DE LA EDAD DEL COBRE EN LA MESETA CENTRAL:¿FUENTE DE RIQUEZA E INSTRUMENTO DE PODER DE LOS JEFES CIEMPOZUELOS?

 

 

 

 

«En una sociedad regida por las relaciones de la fuerza, la explotación de la sal (extracción almacenamiento, transporte, distribución) requiere la égida y la protección de los poderosos».

(Maguelonne Toussaint-Samat, 1987)

Resumen: A través del testimonio de una factoría de sal inmediata a las lagunas de Villafáfila (Zamora), en la que abundan las cerámicas de estilo Ciempozuelos, se plantea la posibilidad de que, durante el inicio de la Edad de los Metales, la explotación del valioso «oro blanco» se realizara bajo el control de las elites campaniformes.

Palabras clave: Sal, Edad del Cobre, especialización, elites

Abstract: Through the evidence of a Copper Age salt factory located at Villafala lakeshores (Zamora), where Ciempozuelos style pottery is very common, the authors propose that salt exploitation —as a new matter of dispute— was controlled by beaker elites.

Key words: Salt, Copper Age, specialisation, elites

Superados los tiempos en que la cerámica campaniforme se consideraba el distintivo de un grupo étnico y asumido que fue uno de los elementos de prestigio a los que las elites de Europa occidental de final del tercer milenio AC acudieron bastante unánimemente para expresar su jerarquía, la arqueología prehistórica se enfrenta al reto de desvelar cuales fueron las circunstancias socioeconómicas y los mecanismos que propiciaron y sustentaron dicha relación de poder. En la Meseta, los enterramientos de la bautizada por J. Maluquer de Motes (1960) como «civilización de Ciempozuelos» desvelan el encumbramiento social de determinados individuos: lo avala el carácter suntuario de sus ajuares, en los que participan asiduamente el cobre y el oro (Martín Valls y Delibes, 1974); también la presencia en la mayor parte de las sepulturas de armas (puñales, jabalinas, arcos) que, asociadas por lo general a individuos masculinos, dan cuenta de la preminencia del varón guerrero; y no falta una nueva prueba en la propia cerámica Ciempozuelos, tanto por su elevado valor de producción como por considerarse —de acuerdo con lo defendido en trabajos recientes— que la tríada vaso / cazuela / cuenco documentada con cierta regularidad en las tumbas estuvo al servicio de una onerosa y ostentosa liturgia de despedida de los difuntos, en la que jugó un papel fundamental el consumo de bebidas alcohólicas (Guerra, 2006; Rojo et alii et, 2006).

Aunque R. Harrison y A Maderos (2001) modernamente se haya manifestado proclives a relativiza preponderancia social y sobre re todo la estabilidad de los jefes Ciempozuelos[1]el primero, sin embargo, había escrito años antes (1980:142) que el ajuar de Fuente Olmedo constituía la más importante concentración de riqueza individual atestiguada en el Calcolítico de la Península Ibérica, no faltan otros argumentos de su condición elitista , ya se trate del monopolio que parece ser ejercieron sobre la actividad metalúrgica (Harrison et alii, 1975; Kunst, 1998) o del control que, en la región de Madrid, asimismo se les atribuye sobre la circulación a distancia de los minerales de cobre y de otras (Blasco et alii, 1998). Parece plenamente justificado, por tanto, hablar de unas «jefaturas» Ciempozuelos no muy distintas de las que durante el Calcolítico y los comienzos de la Edad del Bronce surgieron en el resto de Europa occidental, por s que siga sin estar claro el anclaje des sus privilegios.

Partiendo de la idea de la acumulación de riqueza es despótica y enmascara formas de exacción, ha habilidad de los jefes habría consistido en el último término en desviar en beneficio propio parte del fruto del trabajo de los productores primarios. Sin embargo, las estrategias para instituir y mantener el estatus conseguido revisten multitud de formas a juzgar por las enseñanzas de la etnología y de la arqueología prehistórica; los jefes invierten y se apropian de los medios de producción, como lo que imponen una cadena de fidelidades de la que no es fácil escapar; los jefes alientan la aparición de especialistas a loso que mantienen, por lo que actúan a sus órdenes; los jefes promueven festejos y obras públicas como eslabones de una cadena de cohesión grupal imprescindible para perpetuar el sistema y los jefes controlan también la producción y la circulación de ciertos bienes escasos «de prestigio» cuya distribución se convierte en instrumento clave para establecer una red de partidarios) (D´Altroy y Earle, 1985; Earle, 1991).

La cuestión que hay sometemos a debate es si, en el citado marco, la explotación y el intercambio de sal no pudieron haber tenido cierto protagonismo en la aparición y consolidación de las elites Ciempozuelos de la Meseta, de forma no muy distinta a como ha insinuado alguna vez en relación de los príncipes calcolíticos del cementerio búlgaro de Varna o con las aristócratas de los túmulos uneticianos de Leubingen y Helmsdorf. La documentación a nuestro alcance sobre el particular, aunque muy escasa, no deja de seguir cierto control de la producción salinera por parte de la élite campaniforme; control, de un bien estratégico, de primera necesidad[2], que podría haber actuado como detonante de la propia aparición de esas relaciones de poder atestiguadas en el Cobre Final de la Meseta. Nuestra Impresión, sin embargo, es que mencionado control ejercido por la élite sobre la producción salinera no fue origen de enriquecimiento, sino una más de las expresiones elegidas por los jefes -­­­ en caso en relación con un recurso crítico- para granjearse solidaridades tanto entre sus subordinados directos como entre sus iguales vecinos, esto es, a efectos de legitimarse. Pero pensamos ya en alizar los flacos documentos arqueológicos sobre los que, no sin un algo de optimismo, se funda tan sugestiva hipótesis con la idea de rendir homenaje a Ignacio Barandiarán, gran maestro de prehistoriadores españoles y otrora estudiosos también de campaniformes meseteños.

1 RECONOCIMIENTO DE LAS EXPLOTACIONES DE SAL POR INGNICIÓN DE ÉPOCA CAMPANIFORME: LOS DOCUMENTOS DE MOLINO SANCHÓN II (VILLAFÁFILA, ZAMORA) Y DE ESPARTINAS (CIEMPOZUELOS, MADRID)

En España hemos tardado mucho en documentar huellas de producción Salinera de época prehistórica y durante los últimos veinte años el único testimonio de explotación Ígnea[3] en lagunas saladas interiores ha sido el de Santioste, en Villafáfila (Zamora), que data de los comienzos de la Edad del Bronce (Delibes et alii,1998). Ello representa un claro contraste con la situación registrada en otros sectores sobre todo del SE europeo —la región de los Cárpatos principalmente—, donde desde el principio del Neolítico hay constancia del secado de salmueras aplicando el calor del fuego (Weller, 2000; Monah, 2002)[4]. En su momento apuntamos que, dado lo imprescindible del recurso, nada tendría de particular que en la Península terminaran haciéndose descubrimientos de parecida antigüedad y, aunque de momento no se haya cumplido la predicción[5], ya hay constancia de explotaciones de este tipo desde la Edad del Cobre.

Molino II cuyo topónimo alude a un ralladero de sal como muchos otros de la comarca de Lampreana mencionados en las fuentes medievales (Rodríguez, 2001), es una de tales factorías. Se localiza aproximadamente tales factorías. Se localiza aproximadamente a un kilómetro al SE del pueblo de Villafáfila, está emplazado en la orilla misma del Caño de Riego, un curso de agua que une los grandes saladares de la Laguna de Barillos y la Salina Grande y, aunque solo haya sido objeto de prospección, ha aportado un notable conjunto —más de un centenar de piezas en poco más de una hectárea de cerámicas campaniformes ornadas al más puro estilo Ciempozuelos. Tres son los argumentos sobre los que se sustancia la condición de factoría salinera del yacimiento: la particularidad de su emplazamiento, que como en el caso de Santioste y en el de otra decena larga de yacimientos del Bronce villafafileños, resulta inapropiado para un habitad resulta por inundarse comúnmente durante las crecidas de invierno; en un segundo lugar, la inmediatez del sitio al arroyo salobre del Riego y sus más que probable infraposición a una oficina salinera de época histórica, con el peso que en este sentido somos partidarios de otorgar a la tradición; y por último y más importante, por el hallazgo también en superficie de algunos restos de cultura material indudablemente relacionados con la evaporización de mueras por ignición, caso de una peana de arcilla cruda similar a las empleadas en las áreas de secado de Santioste, caso también de ciertos vasos de terracota de decoración impresa de cestería como los que abundan asimismo en el «briquetaje» de Santioste, o casi igual de significativo- de una fuente de barro de nuevo a medio cocer, bajo cuyo borde se alinea diversas perforaciones, con muy buenos paralelos en el espacio artesanal del mismo yacimiento (Delibes et alii 2007).

LAMINA I. Vista de las lagunas de Villafáfila, Zamora. 1. La Salina Grande

 

LAMINA I 2. Ubicación del yacimiento de Molino Sanchón II en la orilla del arroyo del Riego

 

El otro yacimiento que acredita explotación salinera al final de la Edad de Cobre es el de Espartinas, en el municipio madrileño de Ciempozuelos. Se Localiza en el Valle de Valdelachica y consiste en una escombrera o sucesión de echadizos de basura en la que por el momento se han contabilizado nueve niveles, de los que los más profundos (IX a VI inclusive) proporciona abundantes materiales prehistóricos. Los excavadores, tras precisar «que los fragmentos cerámicos más interesantes corresponden al horizonte campaniforme», dan cuenta de la existencia en el estrato IX de un área de fogones en la que, como ocurre en Santioste, se registra una capa de cenizas blancas muy finas y limpias (sin restos de carbón de madera)  seguramente producida por la combustión de paja[6]; también de la abundancia en el VIII de «soportes de barro de crudo de color rojizo que habrían servido para apoyar los pequeños cubiletes cerámicos (en que se asocian las mueras) por encima del nivel de las brasas»; y en el VII de numerosas cerámicas rotas deliberadamente, que a primera vista podrían corresponder a un briquetage (Valiente et alii, 2002; Valiente y Ayarzagüena, 2005). Todos estos indicios unidos a la proximidad de la Salina de Espartinas ilustran inequívocamente la existencia de un área de producción de sal por ignición (Ayarzagüena y Carvajal, 2005) que, a juzgar por el hallazgo de los mencionados vasos decorados de estilo Ciempozuelos, se hallaban en pleno funcionamiento no hay que destacar que también algo antes, ya que las excavaciones, solo han alcanzado la zona media de un depósito de escombros cuya potencia se acerca a la de decenas de metros en el tránsito de la Edad del Cobre a la del Bronce[7].

2. REINVIDICACIÓN DEL VALOR SIMBÓLICO DE LAS CERÁMICAS CIEMPOZULEOS EN LOS ESPACIOS DE PRODUCCIÓN DE SAL

Aspecto del Molino Sanchón II que sin duda merece un comentario es la considerable concentración de cerámicas campaniformes incisas que ofrece, pese a localizarse en la periferia más septentrional del territorio Ciempozuelos. El yacimiento se comporta desde este punto de vista los mejores del área nuclear de la cultura, y ello no deja de sorprender cuando los hallazgos documentados hasta ahora en estas latitudes, bastante raros en número y de muy poca entidad, parecían la respuesta lógica al hecho de tratarse de un espacio de transición en la frontera del «grupo Montevalar»[8], esto es, en la antesala de un ámbito en el que la invisibilidad campaniforme en términos cerámicos es la tónica dominante (Delibes et alii, 1999: 162-163).

Dejemos de lado, sin embargo, dicho aspecto para trasladar la atención a la importante densidad de Cerámicas finas y decoradas que, no poco sorprendente, se registra en un espacio que él en epígrafe anterior no hemos dudado en considerar artesanal[9]. En la colección de materiales manejada, actualmente en el Museo de Zamora, hay vasos, cazuelas y cuencos cuyas paredes se adornan con los motivos más típicos (retículas, dientes de lobo, cordones) con las sintaxis más comunes (bandas de múltiples frisos, decoraciones al interior del borde, motivos radiales en la base) y con las técnicas más habituales (incisión y pseudoexcisión, a veces con pasta incrustada) de la lujosa vajilla de Ciempozuelos. Son, pues, recipientes «finos», de tamaño medio / reducido, que se complementan con otros más toscos, pero no menos preciosos ornamentalmente, que hay que clasificar dentro de la variedad conocida como «estilos Silos»: grandes vasos de almacenaje, en los que no falta de una decoración incisa e impresa que, aunque algo más descuidada, es básicamente la misma que de la de los recipientes menores o «de mesa». Ambos tienen en común, por tanto, esa abigarrada ornamentación a la vez que un elevado coste de producción. Y esta última circunstancia debe llevarnos a juzgar su presencia en un espacio artesanal antieconómica por cuanto se trata de vasos cuya manufactura requiere gran inversión sin representar mejora alguna de sus prestaciones de trabajo: la decoración no añade nada a la vajilla como instrumento de producción o, por decirlo de otro modo, el valor de fabricación las cerámicas son infinitamente superior a su valor de uso[10]. Ante semejante panorama ¿No parece obligado de su amortización en la factoría de Molino Sanchón II una intención añadida o segunda intención? Tal vez ayude a descifrarla un repaso de los contestos más habituales de las cerámicas Ciempozuelos.

Distribución de las cerámicas de estilo Ciempozuelos por el cuadrante NW de la cuenca del Duero. A destacar el aislamiento y la condición limítrofe del yacimiento de Molino Sanchón II (Villafáfila, Zamora). Datos del Inventario Arqueológico de Castilla y León

 

        Distribución de las cerámicas de estilo Ciempozuelos por el cuadrante NW de la cuenca del Duero. A destacar el aislamiento y la condición limítrofe del yacimiento de Molino Sanchón II (Villafáfila, Zamora). Datos del Inventario Arqueológico de Castilla y León

 

1. Molino Sanchón II, Villafáfila (Za).

29. Manzano I, Villamaciel

2. Valle II, Fresno de la Ribera (Za).

30. El Tenderín, Laguna de Duero

3. Los Vídriales, Bamba, Madridanos (Za).

31. Casa Blanca, Aldeamayor (Va).

4. Cerro de la Horca, Madridanos (Za).

32. El Carrascal, Traspinedo (Va).

5. La Perrona II, Moraleja del Vino

33. La Ermita, Traspinedo (Va).

6. El Chafaril, Toro (Za).

34. Los Arenales, Santibañez de Valcora (Va).

7. La Peña, Villabuena del Puente (Za).

35. El Montecillo, San Miguel de Arroyo

8. Molino de las Cuatro Rayas, Urueña

36. El Castallo, Cogeces de Iscar. (Va).

9. Tesico del Salvador, Peñaflor de Hornija (Va).

37. La melena, Cogeces de Iscar. (Va).

10. Las Longueras, Villasexmir (Va).

38. Las Canalizas I, Villalba de Adaja, Matapozuelos

11. Los Cercados, Mucientes (Va).

39. Las Canalizas I, Villalba de Adaja, Matapozuelos (Va).

12. Pico Muedra I, Veloria la Buena (Va).

40. Concejo II, Matapozuelos (Va).

13. Pico Muedra II, Veloria la Buna (Va).

41. El Pisón, Mojados (Va).

14. Las Piqueras, Piña de Esgueva (Va).

42. Cotorro de los Bodones, Mojados (Va).

15. Fuente del Olmo, San Martín de (Va).

43 Agradecida, Portillo (Va).

16. El Serval, Santovenia de Pisuerga (Va).

44. El Cementerio, Portillo (Va).

17. Cascajera, Castronuevo de Esgueva (Va).

45. Priorato del Duero, Tudela de Duero (Va).

18. Polvareda, Castronuevo de Esgueva (Va).

46. La Requejada, San Román de Hornija (Va).

19. Pago de Gorrita, Valladolid (Va).

47. La Aldea I, Villalón de Campos (Va).

20. Lizado de Canterra, Arroyo (Va).

48. Los Arenales, Capillas (Pa).

21. La Atalaya, Simancas (Va).

49. Cotarro La Horca, Población de Cerrato (Pa).

22. Los Parrales I, Simancas (Va).

50. Santa Cecilia, Torremormojón

23. Los Llanillos, Geria (Va).

51. Picón de la Monja, Becerril de Campos (Pa).

24. El Prado I, Geria (Va).

52. Quintana, Fuentes de Naca (Pa).

25. Vereda de las Culebras, Voecillo (Va).

53. Las Praderas, Frechilla (Pa).

26. Las Tabla, Velilla (Va).

54. La Huelga, Dueñas (Pa).

27. La Festilla, Pedrosa del Rey (Va).

55. Páramo Castro, Tariego (Pa).

28. Peyata, Tordesillas (Va).

 

 

 

Su presencia en los enterramientos es una auténtica constante, hasta el punto de haberse sopesado en diversas ocasiones la posibilidad de que vaso, cazuela y cuenco, esto es la clásica traída de Ciempozuelos, fuera en un equipo diseñado específicamente para el acompañamiento de difuntos. Existe cierto consenso, sin embargo, sobre el carácter restrictivo de este elemento de ajuar, por entenderse, merced a la riqueza del resto de objetos de que asiduamente se compaña (diademas de oro, puñales de lengüeta, puntas de Pamela, arco y flechas) que comparecen en sólo las tumbas de un segmento social privilegiado y, las más de las veces, en las tumbas de varones de dicho segmento. El análisis de los enterramientos aporta información determinante, pues, para entender que el campaniforme era la insignia de una elite y no el definitivo de todo un grupo social ni de todo un pueblo. La elite se apropió de dicho símbolo seguramente al tiempo que también hizo suya la ceremonia de ingestión de bebidas alcohólicas con la que despedía a los difuntos de su rango, no en vano el set constituido por vaso, cazuela y cuenco desempeñaba en dicha ceremonia un destacado papel.

Pero, además, poco a poco se ha ido tomando conciencia de que la condición de elemento de estatus del campaniforme no se redujo a la espera funeraria. Al principio, el descubrimiento de poblados de cerámicas campaniformes indujo a hablar mecánicamente de poblados campaniformes, esto es de lugares de habitación de la cultura arqueológica de avanzada la Edad del Cobre a la que daban nombre tales cerámicas. Hoy se introduce el matiz de que, en rigor, el campaniforme no es el fósil-guía de aquellos poblados sino sólo de unos pocos y muy selectos ambientes de los mismos. Encontramos ejemplos bien expresivos de esta situación de dos yacimientos madrileños, El Ventorro (Priego y Quero, 1991) y camino de Las Yeseras (Blasco et alii, 2006), pero también en despoblaos del Suroeste, como San Blas, y del estuario del Tajo, concentraban en sólo determinadas casas y estructuras, mientras que en otras coetáneas se mantiene una tónica de equipamiento material que nada costaría seguir llamando precampaniforme. ¿Qué tienen de particular tales estructuras? En San Blas, por ejemplo, se trata de viviendas situadas en el interior de la ciudadela y con hallazgos suficientemente prestigiosos (vasos de mármol, placas de hueso y marfil, ídolos oculados de caliza...) como para asignarlas a un estamento social destacado (Hurtado, 2005: 326); en Yaseras el campaniforme comparece en fondos de cabaña con muestras de una actividad bastante exclusiva, como es la producción de utillaje macrolítico sobre piedras foráneas (Blasco et alii, 2007); y en el Ventorro las especies Ciempozuelos se encontraban ostensiblemente en las áreas de otro trabajo tan especializado como el metalúrgico (Priego y Quero, 1991)[11]. A la vista de tales testimonios, se diría que a aquella adjetivación elitista del campaniforme que tan claramente advertíamos en las tumbas no le falta correspondencia en los espacios habitacionales.

Laminas 2: Materiales del yacimiento de Molino Sanchón II (Villafáfila, Zamora). Recipientes Ciempozuelos, vaso de «estilo Silos» y elementos de «briquetage»

 

En Todo caso, resulta particularmente significativa la asociación de la cerámica campaniforme con los espacios metalúrgicos, percibida con cierta nitidez, además de en El Ventorro, en la casa V de Zambujal (Sangmeister y Schubart; 1986: 61-61) o en el abrigo del Serrat del Pont (Alcalde et alii, 1998)[12], porque invita a pensar que una actividad que siempre se ha sospechado elitista por excelencia como la fundición[13] se hallaba en manos, poco menos que en régimen de esclavitud, de la minoría campaniforme (Kunst, 1998). En el Ventorro se repite a grandes rasgos la paradoja denunciada en Molino Sanchón II: ¿En qué mejora las prestaciones de las vasijas llamadas a contener caldos metálicos o de los crisoles el hecho de dotarles de las sofisticadas decoraciones Ciempozuelos (Harrison et alii, 1975)? En nada. Su razón de ser fue necesariamente otra y de carácter simbólico: apostamos porque se trataba de materializar visualmente el control de la actividad por parte de la elite y acaso de obtener sanción religiosa apelando para ello una «heráldica»[14] que se repite sobre algunas joyas de oro del suroeste peninsular como las halladas en Alcalar, Matarrubilla o los Algarbes (Hernando, 1983) y que no cuesta gran trabajo imaginar también sobre ciertas ropas y tatuajes[15] cuya dimensión religiosa es deducible de su protagonismo en el ritual funerario. «Las elites tienen relaciones especiales con los dioses que no pueden tener los plebeyos y que legitiman sus derechos» (Flannery, 1975: 16-17).

Hechas estas consideraciones, adquiere mucho más sentido la lectura que proponemos de la abundancia de restos de vajilla Ciempozuelos en Molino Sanchón II. No hay duda de que esta representa la cultura material de una época, pero también y menos importante el distintivo, la rúbrica y el «código estético», como diría Ruiz Gálvez (1998: 107) de un linaje aristocrático, un signo de poder cargado de idolología que advertía de sus derechos en los casos aludidos sobe determinadas actividades. Y, aceptado esto, tampoco cuesta gran trabajo entrever que el control de la explotación y del intercambio salineros debió ser prerrogativa de la referida elite social que volvió a apelar para reivindicarla al elemento simbólico de la alfarería campaniforme.

3. LA MINA COMO ESPACIO SAGRADO ¿CEREMONIAS DE LOS JEFES CIEMPOZUELOS EN MOLINO SANCHÓN?

Este fenómeno bastante frecuente la presencia de restos esqueléticos, tal vez verdaderos enterramientos, en el interior de las minas de época prehistórica y M. Eliade, como en tantas otras ocasiones, no da una primera pista sobre su posible razón de ser: en las demás antiguas tradiciones, los minerales no son materia inerte sino embriones gestados dentro de la Tierra, de donde los hombres los han arrancado interrumpiendo si ciclo y «antes de mudar». Su comportamiento, además, recuerda al de los animales, en tanto tienen la facultad de moverse, de ocultarse y hasta de regenerarse, tal como definía Plinio (las galenas argentíferas de Hispania renacían al cabo de un tiempo) y como todavía pensaba el español Alonso Barba nada menos que en el siglo XVIII (Eliade, 1983: 41-50). Se trata de los embriones gestados en el vientre de una Madre Tierra o Dea Genitrix que tutela los yacimientos y que convierte a las minas en espacios sagrados cuando no en auténticos escenarios rituales. Desde el punto de vista, el hallazgo frecuente de cuerpos humanos en las galerías de las explotaciones adquiere indudable sentido como compensación y como mecanismo para apaciguar a los espíritus que allí moran: son, sencillamente, oblaciones.

Un ejemplo muy conocido, que además ha dado pie a la elaboración de un soberbio ensayo sobre este tipo de comportamiento, lo encontramos en las minas de cobre del Aramo (Asturias), donde, sin haber mediado una recuperación sistemática, hay noticias del descubrimiento de más dos docenas y media de esqueletos humanos correspondientes a la transición Calcolítico-Edad de Bronce (Blas Cortina, 2003). También cabe atribuir el mismo significado a las inhumaciones de la mina de varis- cita de Can Tintoré, en Barcelona, depositadas algo antes de su clausura en torno al 3000 AC (Villalba et alii, 1991). Y hasta estamos dispuesto a reivindicar un puesto en esta relación de ejemplos para la mina de cobre de La Loma de la Tejería, en Teruel (Rodríguez de la Esperanza y Montero, 2003), aunque allí la evidencia no resulte tan explícita: se limita al hallazgo de sólo unos fragmentos de cerámicas incisas tipo Ciempozuelos, pero el reconocimiento de posos de cerveza en su interior, como sucede cada vez mayor frecuencia en los recipientes de las tumbas campaniformes (Rojo et alii, 2006), sugiere también su correspondencia a un depósito funerario. No está muy claro quiénes fueron los inhumados; a veces se ha sugerido que podrían tratarse de sacrificios humanos, pero en Can Tintoré y El Aramo parece tener más peso la idea de que se trata de los cuerpos de los mineros devueltos en el lugar en el que trabajaron (Blas Cortina, 2009:39).

Si la salina en vías de explotación es también una mina, nada tiene de particular que Santioste, la factoría salinera de Villafáfila en funcionamiento durante el Bronce Antiguo, se descubrieran una sepultura de inhumación. Según el estudio antropológico correspondiente, pertenecería a una adolescente de 13 o 14 años y, por tanto -aunque no pueda descartarse por completo- parece difícil que se tratara de uno de los trabajadores del secadero. No obstante, la circunstancia que deseamos destacar ahora no está sino su condición de un miembro de una familia aristocrática según se deduce de la composición de su ajuar: un anodino cuenco hemisférico de barro, sí, pero también una serie de adornos, entre los que figuran numerosas cuentas de collar trabajadas sobre exóticas conchas, tres capsulitas o forros de plata y un botón de marfil (Delibes et alii, 1998). En la Submeseta Norte no se conocen necrópolis de este momento, esto es del Horizonte Parpantique, con las que comprar tales ofrendas, pero si cabe hacerlo con las tumbas argáricas del Sudeste o con los enteramientos de las Montillas en la Mancha, y en todo caso la presencia de plata y marfil no plantea dudas sobre la convivencia de pensar en un miembro del linaje destacado (Lull y Estévez, 1986: 450-451); tan destacado, puede ser interesante recordar, como aquellos a los que en la cuenca del Duero debieron pertenecer al oferente de una pareja de aretes de plata votivos depositados en una de las galerías de la Cueva de La Vaquera (Delibes y del Val, 2005) o quien fuera propietario de las espadas «argáricas» de Villaviudas (Delibes et alii, 1999).

Figura 3, Otero de Sariegos (Zamora). Enterramiento femenino y elementos de ajuar del mismo

 

En el epígrafe anterior invocado la presencia de cerámicas Ciempozuelos, se ha defendido que la explotación de la salina debió estar en manos de los jefes campaniformes; ahora, esgrimiendo la alta posición social de la joven inhumada en Santioste, podemos sostener con otra clase de argumentos que también en los inicios del Bronce Antiguo la elite controlaba probablemente dicha actividad. Es obvio que la suma de razonamientos confiere mayor verosimilitud a la hipótesis inicial y todo ello nos da ánimos para hacer todavía una nueva prospección. Seguimos preguntándonos qué funciones pudieron estar reservadas a las finas cerámicas de Ciempozuelos en Molino Sanchón II; ¿Ollas para la ebullición de mueras? No es probable porque su tamaño nada tiene que ver con el de grandes vasos empleados normalmente en Villafáfila para ello (Delibes et alii, 1998). ¿Acaso recipientes para el moldeado? Demasiado «caros» para que fueran destruidos cada vez que hubiera que extraer un queso de sal y, por añadidura, de perfiles demasiados estrangulados (en cazuelas y vasos) para facilitar su vaciado. Por ello, reconociendo lo usual del fenómeno de la las tumbas en las minas, considerando la recurrencia en el yacimiento de la traída campaniforme propia de ambientes funerarios, y valorando asimismo el hallazgo de algún brazal de arquero análogo a los de las sepulturas Ciempozuelos, no hay que descartar que Molino Sanchón II hubiera acogido también en su momento un cementerio de la elite campaniforme que allí beneficiaba la sal[16]. Eso o recordando que la mina es espacio sagrado cualquier otra ceremonia religiosa[17], de carácter público y con bebida de peor medio, que sirviera para que, a los ojos de los plebeyos, los explotadores obtuvieran la legitimación de los dioses.

4. CONSIDERACIONES SOBRE LA ACTIVIDAD SALINERA DE VILLAFÁFILA EN LA TRANSICIÓN DEL BRONCE: ESPECIALIZACIÓN, ESTABILIDAD, CAPACIDAD DE CONTROL SOBRE EL RECURSO Y SISTEMA DE PROPIEDAD

En algunas sociedades tribales, como la de los baruya de Nueva Guinea, la producción de sal por ignición recae sobre individuos prestigiosos, no en vano esta actividad mitad mágica, mitad práctica, y también tarea relativamente especializada pues no sólo el tsaimaye puede desempeñarla. Sin embargo éste no es uno de los «grandes hombres» emergentes en dicha sociedad, como el Chamán, el Cazador de Casuarios o el Gran Guerrero, y de hecho su trabajo, además de tener carácter eventual, es poco lucrativo: en cada una de las hornadas produce de 12 a 14 barras de sal, de 2 Kilos cada una, de las que sólo se reserva 2 por sus servicios mientras las 10 o 12 restantes van a parar a manos de quienes le han proporcionado las cañas salíferas (el cloruro, allí de potasio, se obtiene por filtración y evaporización de un caldo de estas plantas) y le han hecho el encargo de transformarlas en una valiosa sustancia[18]. Sin duda existe una lógica tras esta situación desde el momento en que el tsaimaye ni controla la producción de la materia prima que sirve de partida (las cañas no son de los agricultores que las plantan y riegan), ni posee en exclusividad los secretos técnicos de producción (de hecho los transmite sin mayor solemnidad a un mancebo), ni, para dotarse de las instalaciones necesarias (hornos de arcilla, fabricación de moldes, alimentación de fuegos), se ve obligado a una inversión desmesurada o hacer uso de una destreza fuera de lo común. Se comprende, por lo tanto, que al tsaimaye, como a cualquier otro mortal, no le quede más remedios que dedicarse a la agricultura y a la caza, por más que el producto de su actividad salinera sirva para que sus clientes se procuren entre las tribus vecinas de todo lo que no encuentran en su territorio y les es necesario para la producción de la vida social (Godelier, 1986, 158-162).

Ente el modelo de explotación baruya y el que la arqueología sugiere en las lagunas de Villafáfila no faltan paralelismos. Por ejemplo, en éstas tampoco cabe defender una producción continuada ni a cargo de trabajadores a tiempo completo. La obtención de sal por evaporación en las tierras ibéricas centrales han sido tradicionalmente un trabajo estacional, pues secar y cristalizar salmueras al sol, como no sea en verano, es empeño poco inútil. Podría argüirse que con los sistemas de ignición (independientes de la energía solar) registrados en la prehistoria desaparecía el obstáculo, pero no hay tal: cuando las aguas de los esteros villafafileños alcanzan su máximo nivel, entre otoño y primavera, la concentración de cloruro sódico desciende hasta tal punto que por lo que significa de multiplicación de coste en combustible[19] resulta imposible cualquier aprovechamiento[20]. Este hubo de ser, por tanto, estiva: Y en cuanto a la inversión de infraestructuras, tampoco parece que en Villafáfila fuera ni demasiado onerosa en lo económico ni demasiado exigente en lo tecnológico: a juzgar por lo detectado en Santioste, la actividad se desenvolvía en el interior o en las inmediaciones de las chozas circulares de madera y barro en nada diferentes de las habitaciones de la época; además los fogones de barro para cocer las mueras, pese a su mayor tamaño, no presentaban mejora tecina sustancial respecto a los hogares domésticos; y, en cuanto a la adquisición de combustible o de la fabricación de los moldes, tampoco aparecen, en principio, restos inabordables para una economía familiar (Delibes et alii, 1998). Así, pues, aun dando por hecho que quienes trabajan en las salinas fueran especialistas, la cuantía de la inversión a realizar en medios productivos no obliga necesariamente a pensar en especialistas financiados por un patrón sino, de acuerdo con la terminología al uso (Ruíz Gálvez, 1998a: 52-53), en simples especialistas independientes o a propia iniciativa.

Pero si en Villafáfila, como creemos entender, los medios de producción de la sal resultaban prácticamente al alcance de cualquiera y los conocimientos del oficio no eran tan complejos como para considerarlos un factor de exclusión nada que ver, claro está, con los secretos del fundidor[21], la única circunstancia que podía restringir a las elites de la explotación de la sal es que estas ostentaran los derechos sobre el recurso de partida, esto es sobre las aguas de las lagunas. Si entre los baruya, como veíamos, el tsaumaye no podía convertir la producción de sal en fuente de enriquecimiento estable ni exclusiva, porque su actividad dependía de que otros le surtieran de las plantas halofitas necesarias para ello, tampoco los jefes Ciempozuelos hubieran podido beneficiarse en exclusiva la producción e intercambio de la san sin el monopolio del aprovisionamiento de la salmuera Lagunares. Pero nos estamos adentrando, con bien pobre bagaje documental, en un terreno enormemente resbaladizo y elusivo como es el de los sistemas de propiedad que regían en la Prehistoria (Gilman, 1998).

En este, como en otros campos, los analistas no pierden de vista el interés de los testimonios etnológicos como aproximación a los modelos de propiedad que imperaban durante la Prehistoria en las bandas de cazadores-recolectores, en las tribus agrícolas y en las sociedades de jefatura, antesala de los estados, aunque sin acertar a convertir lates supuestos en hipótesis de trabajo que puedan revalidarse fácilmente. Las secuelas de dicha realidad salpican sin duda, a los que como nosotros ahora se plantean el usufructo en régimen de exclusividad de determinados ámbitos productivos. Los documentos de Santioste y de Molino Sanchón II han sugerido que las elites del tránsito Calcolítico / Bronce Antiguo controlaban la explotación de la sal, contribuyendo de paso a valorar el supuesto de que tan lucrativa actividad pudiera haber sido uno de los factores que sustanciaran su «jefatura». El Problema es que tras este posible modelo explicativo podría estar en juego nada menos que el régimen de propiedad de las salinas. En las sociedades de rango marcadas por la desigualdad no es raro que algunos de los mejores espacios productivos (v. g. las mejores tierras agrícolas) se encuentren en manos de linajes más encumbrados (Gilman, 1998: 2019), lo que también podría ser sucedido en el caso de las lagunas saladas de Villafáfila; pero, como ejemplo contrario, es igualmente cierto el aprovisionamiento de sal en la «cultura de los Moundbuilders» del suroeste de Estados Unidos, la más compleja de las formaciones sociales aborígenes de Norteamérica, se realizaba en régimen abierto actuando el Great Salt Spring como res nullius, como bien de nadie (o de todos), al que los indios acudirán libremente cuando sentían necesidad de hacerlo (Muller, 1987: 15-16). No existe, por tanto, un modelo de propiedad ni de explotación de recursos característicos de cada formación social y son las circunstancias las que, según los casos, determinan la adopción de unos u otros.

Figura 4. Distribución de los yacimientos de la Edad de Bronce y situados en las inmediaciones de las Lagunas de Villafáfila

 

 

1

Bohodón de Ampudia, Revellinos

14

Madornil-Laguna Honda, Villafáfila.

2

La Fuente (de Salinas), Revellinos

15

El Baco, Villafáfila.

3

Teso de la Casa (de Salinas), Revellinos.

16

Papahuevos, Villafáfila.

4

Prado de los Llamares, Villafáfila.

17

Raya de Otero, Villafáfila.

5

Tierra de Barillos, Villafáfila.

17

Sur de la Salina Grande, Villafáfila.

6

Sobradillo III, Villafáfila.

19

Laguna Salada o Salina Pequeña.

7

Salina de Barillos, Villafáfila.

20

Orilla de la Salina Grande Pequeña.

8

La Celadilla, Villafáfila.

21

Herreñal del Tío Lucas, Otero

9

Sobradillo II, Villafáfila.

22

Orilla de la Laguna de Las Salinas I, Otero.

10

Molino Sanchón II, Villafáfila.

23

Orilla de la Laguna de Las Salinas II,

11

La Cabañica I, Villafáfila

24

Santioste, Otero.

12

La Cabañica II, Villafáfila

25

Camino de Abajo de Villafáfila, Villarrín.

13

La Rasa, Villafáfila.

26

La Fuentica, Villarrín

 

 

Las razones del monopolio de la sal impuesto en la India por el imperio británico son transparentes: con la disculpa de garantizar el acceso de cualquier súbdito a una sustancia básica: imprescindible[22], la corona se dota de un valioso instrumento de dominio y se aseguraba unos importantes ingresos (tasas). Materializar ese monopolio, sin embargo, hubiera sido empeño vano de no ser por el respaldo del poderoso imperio y por la intervención de su cuerpo represivo que, simbólicamente, detuvo Gandhi y sus partidarios en Dandi cuando, al final de la larga marcha por la independencia, desafiaron al poder colonial recogiendo no menos simbólicamente unas costras de la sal a orillas del océano Indico. No deja de existir, por tanto, cierta correspondencia o proporción entre la magnitud del objeto y los medios para conseguirlo, lo que significaba, en un extremo opuesto, que, por demás de la sociedad tribal que durante el Neolítico explotaba la sal marina de la Marismilla, en Cádiz (Escena et allí, 1996), hubiera querido hacerlo en régimen exclusividad, difícilmente hubiera contado con la fuerza necesaria para poner puertas al inmenso Océano.

¿Qué Pensar al respecto de Villafáfila? los datos nos permiten llegar a conclusiones, pero sugieren cosas. Si se tiene en cuenta la respetable superficie de las Salinas medio millar de hectáreas, según Palacios y Rodríguez (1993), si se repara en sus numerosos Kilómetros de orilla no muchos menos de cien, y su se valora el notable tamaño del vaso lagunar con sus vacíos, un rectángulo de 2 X 15 km., que se extiende por tres municipios actuales de la comarca de Lampreana (Villafáfila, Revellinos y Villarrín), la primera impresión es que la defensa efectiva o el acotamiento de la totalidad del recurso por parte de un único grupo social prehistórico no sería tarea sencilla, pues su talla, a juzgar por las dimensiones de hábitats estables del Calcolítico y del inicio de Bronce en el sector central de la Submeseta Norte, nunca fue muy grande. En ese supuesto parece más realista, por tanto, la hipótesis de que las lagunas fueron res nellius y no res comunis (propiedad corporativa, de un solo grupo (propiedad corporativa, de un solo grupo) ni propiedad privada, lo  que, además podría verse reforzado por dos detalles arqueológicos: 1) el elevado número (más de dos docenas) y la fuerte dispersión de las factorías de esta época registrado en la zona, ilógicos en un posible modelo de explotación centralizada y restrictiva; y 2) el hecho de que tales factorías se distribuyan casi por igual por todas las orillas de las lagunas, sugiriendo en cierto modo la diversa procedencia de quienes trabajan en ellas.

Figura 5: Ajuar de la sepultura de Ciempozuelos de Fuente-Olmedo, Valladolid

 

¿Es incompatible este perfil de explotación con la hipótesis de un protagonismo de las elites? En absoluto. Lo único que revelan con cierta contundencia de datos es que hubo varios grupos sociales ribereños, vecinos interesados simultáneamente en la producción de sal: cada uno de ellos controlaba seguramente se territorio económico y no parece nada improbable que sus dirigentes controlaba seguramente su territorio económico y n parece nada improbable que sus dirigentes respectivos se reservan -acaso no por la fuerza, si no apelando al demagógico gesto de sacralizar la actividad- la explotación de la sal. A la espera de que un riguroso trabajo de prospección en las orillas de la laguna y en su entorno permita conocer objetivamente la estructura del poblamiento de la zona en los indicios de la Edad de Bronce, distinguiendo entre poblados y factorías, esta es, sin duda, la hipótesis más razonable y la que nos permite seguir barruntando que el intercambio salinero fue crucial para el enriquecimiento de las clases dominantes durante la Prehistoria reciente en Lampreana.

En todo caso, años atrás, con el argumento de que no existían otros saladares en un importante radio de acción en torno a Villafáfila centenar y medio de Kilómetros, seguramente sobrevaloramos la importancia estratégica del enclave (Delibes et alii, 1998: 184-185). Se venía a entender que la rareza regional de la sal multiplicaba su valor de cambio, lo que básicamente era cierto; sin embargo, entonces no tuvimos en cuenta que la observación se apoyaba en los datos de un conocido mapa de Gual Camarena sobre explotaciones de sal de época histórica en el que no se recogían las salinas más pequeñas. No figuraban, por ejemplo, las de Medina del Campo, cuya producción debió ser importante en la época de las ferias; tampoco las de Aldeamayor de San Martín, igualmente en Valladolid, se produjeron sal basta, para el ganado, hasta por los menos el siglo XIX. Y tampoco figuraban, por supuesto los numerosos bodones de la comarca de Tierra de Pinares, en las provincias de Valladolid y de Segovia, que, nada infrecuentemente, presentan por descarga de aguas subterráneas proporciones muy elevadas de cloruro sádico, por lo que su explotación bien pudo ser rentable en época prehistórica.

Hace tres décadas, en el trabajo que Martín Vall y uno de nosotros dedicamos al hallazgo de la sepultura campaniforme de Fuente-Olmedo, nos hacíamos eco de la frecuencia con que este tipo de yacimientos (Pajares de Adaja, Samboal, Portillo, Villaverde de Íscar) comparecían en las proximidades de dichos bodones o lavajos y lo atribuíamos a dos factores: el atractivo que debieron ejercer tales espacios por encontrase virtualmente despejados de vegetación y, sobre todo, a la importancia del recurso hídrico durante los veranos para el mantenimiento de la cabaña ganadera estante, tal y como seguía ocurriendo a juzgar por las ordenanzas de los pueblos de la zona, en la época medieval (Martín Vall y Delibes, 1974). No se trata, por supuesto, de restar importancia a estos dos factores, pero, una vez que sabemos a través de los documentos de Molino Sanchón II y de Espartinas que las elites Ciempozuelos están detrás de la producción de sal, ¿cómo silenciar que la tumba de príncipe de Fuente-Olmedo se sitúa a escasa distancia de tres de los bodones salados Launa de Caballo Alba, Bodón Blanco y Aguasal (García Amilibia y Comelles i Folch, 1987: 285-286; Pozo Villalba, 2005) más importantes de la región olmedana?


Autores: Germán Delibes de castro: Universidad de Valladolid Área de Prehistoria. y Jesús María del Val Recio:  Servicio de Planificación y Estudios, Dirección General de Patrimonio y Bienes Culturales, Consejería de Cultura y Turismo, Junta de Castilla y León.

La explotación de la sal al término de la Edad del Cobre en la Meseta central española ¿fuente de riqueza e instrumento de poder de los Jefes Ciempozuelos?

Veleia: Revista de prehistoria, historia antigua, arqueología y filología clásicasISSN 0213-2095, Nº 24-25, 2, 2007-2008 (Ejemplar dedicado a: Homenaje a Ignacio Barandiarán Maestu / coord. por Javier Fernández ErasoJuan Santos YanguasIgnacio Barandiarán Maestu (hom.)), págs. 791-812

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Fotografías: Germán Delibes de castro y Jesús María del Val Recio


Transcripción y montaje: José Luis Domínguez Martínez.


Todo texto, fotografías, transcripción y montaje, los derechos son pertenecientes a sus autores, queda prohibida sin autorización cualquier tipo de utilización.


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[1] Con frecuencia, sobre todo a causa del escaso número de tumbas atestiguadas para un muy dilatado espacio de tiempo) (el marco cronológico del campaniforme se sitúa, según el C 14, entre el 2700 y 1700 AC), tiende a hablarse de líderes ocasionales, no de verdaderos estipes más o menos consolidadas. Solo en el caso del yacimiento de la Cuesta de la Reina de Ciempozuelos, con un número considerable de sepulturas, podría defenderse lo contrario (Blasco et alii, 1998). También, si uno de los síntomas arqueológicos de la existencia de jefaturas consolidadas es la aparición de enterramientos de niños con valiosos ajuares (prueba de estatus adscrito por nacimiento), habría que recordar que el inhumado de Fuente-Olmedo, con sus excepcionales ofrendas, era un joven inmaduro, de 17 o 18 años (Martín Valls y Delibes, 1974). En cuanto a la objeción del tamaño de hábitats calcolíticos de la Meseta. -demasiado reducido y revelador del escaso número de personas que componen cada grupo-, siempre cabría oponer el argumento de poblados como Camino de Las Yaseras, un yacimiento de fosos de más de veinte hectáreas (Blasco et alii, 2005). Una interesante discusión sobre el alcance del término «complejidad social» y sobre el abuso del mismo por parte de los prehistoriadores españoles, en Chapman, 2003: 164ss.

[2] El Hecho de ser elemento de primera necesidad, unido a su distribución irregular, le confiere el carácter de bien estratégico. De ahí la asidua utilización de la sal como moneda -el más expresivo ejemplo sigue siendo la etimología del vocablo latino Solarium- o como elemento de intercambio (Forbes, 1965; Toussaint-Samat, 1987). Desde el neolítico, los productores de la sal, conscientes de su valor, se sirven de ella ordinariamente para obtener de los vecinos todo lo que no encuentran en el territorio propio. Recuérdese al aspecto como Estrabón (III.5.11) cuando se refiere a los habitantes de las Cassitérides, anotan que cambiaban plomo y estaño (aquello que abundan en sus islas) por sal, cerámica y útiles de bronce. Por otra parte, de su condición estratégica hablaba asimismo el hecho de que la explotación de la sal se efectuara en régimen de monopolio en diferentes coyunturas históricas (Muller, 1987:16; Pastor, 1963; Powell, 1988:54-55; Toussaint-Samat, 1987:45-50).

[3] El procedimiento es, básicamente, el atribuido por Plinio a los galos «que hacen que el agua salada se evapore sobre un fuego de madera». Pero en latitudes septentrionales, con escasa y débil insolación -Escandinavia, Gran Bretaña, Irlanda, por ejemplo-, la técnica persistió hasta finales de la Edad Medía, en que resultó más económico apostar por las importaciones de sal (Toussaint-Smat, 1987:35)

[4] En todo caso, las dudas que manifestaba Harding (2003:254), sobre la existencia de explotaciones de sal anteriores al Bronce Final, resultan, al día de hoy, por completo infundadas.

[5] Él Está perfectamente demostrado que a partir del Neolítico Medio de la sal de Cardona se explotaba de forma regular, pero se trata de sal de mina o sal gema, obtenida por excavación, como lo demuestra el sinnúmero de hachas pulimentadas y de picos de piedra de aquella época recogidos en el transcurso relativamente directo de la minería prehistórica de la sal, es en el estudio de las más probables contrapartidas de intercambio del producto (Waller et alii, 2007).

[6] También Escacena et alii (1996: 231) dan cuenta de esta circunstancia en los espacios de combustión de La Marismilla, sopesando la posibilidad de que tales cenizas blancas procedieran de las combustiones de boñiga de vaca. En los secaderos laténicos del NW de Francia no se descarta que lo quemado fueran algas o turba. En todo caso la utilización de combustibles con tan bajo poder calorífico parece plenamente deliberada para conseguir quesos o panes de sal compactos (Delibes et alii, 1998: 175-177).

[7] Los resultados de la intervención en el yacimiento fueron expuestos con bastante amplitud en el marco del congreso «Explotaciones históricas de la sal: investigación y puesta en valor» celebrado en diciembre de 2006 en Ciempozuelos (Madrid), cuyas actas se encuentran en prensa.

[8] Una valiosa piedra de toque para tomar conciencia de la mencionada realidad es que el Inventario Arqueológico de Castilla y León no recoge ni una sola entrada alusiva a yacimientos con cerámicas Ciempozuelos en toda la provincia de León. Solo se ha reivindicado ese posible carácter en el caso de una vasija hallada en el municipio de Valderas (Delibes, 1977: 33); pero la imposibilidad de conocer la pieza más allá de la descripción efectuada hace tres cuartos de siglo por E. Merino (1923) proyecta razonables dudas sobre el acierto de su clasificación. Sobre el resbaladizo concepto «Grupo Montelvar», consúltese Harrison 1974.

[9] Una Esta importancia cuantitativa de los barros Ciempozuelos en el Molino II no se encuentra correspondencia, de momento, en Espartinas, donde los excavadores contabilizaban dos docenas de piezas decoradas en una muestra próxima a las 7000 cerámicas. No hay datos cuantitativos de la prospección en el yacimiento de Zamorano, pero el hecho de recuperarse d casi un centenar de fragmentos con decoración habla a las claras de que no se trata de objetivos excepcionales.

[10] Se ha discutido mucho sobre el coste de producción del campaniforme desde los tiempos en que, por primera vez, lo hiciera Clarke (1976). Modernamente Clop y Molist (1998) insisten en el carácter local de las arcillas utilizadas para su confección, relativizado su valor como elemento de estatus, pero indudablemente las decoraciones representan un coste añadido considerable siquiera -precisamos del factor destreza- en término de tiempo (Garrido, 2005: 34).

[11] Se ha sugerido que el espacio con mayor concentración de campaniformes y restos metalúrgicos de él Ventorro pudo no ser una cabaña sino una estructura abierta y, además, se contempla la posibilidad de que se tratara del escenario de una actividad festiva comunal, con un enorme despliegue en término de consumo (Díaz del Río, 2001). La asociación campaniforme-actividad metalúrgica, en todo caso, no vería de cara a interpretar el primero como la «insignia» de una elite.

[12] Como veremos, en ambos yacimientos la asociación de campaniforme y actividad metalúrgica llegada al caso, registrado también en El Acebuchal, Ciavieja o Son Matge (Alcalde et alii, 1998: 95), de que crisoles y contenedores de coladas se decoran con los motivos propios de tal Cerámica.

[13] Además de que se exigía invertir en experimentación, en tecnología y en materias primas escasas, se sospecha que la metalurgia estuvo inicialmente orientada, de forma exclusiva, a la obtención, esto es a ser un símbolo de riqueza más que un elemento funcional (Renfrew 1978).

[14] Tal es el término, enormemente atractivo, que Lillios (2002, 142) aplica a las decoraciones de los ídolos megalíticos alentejanos.

[15] La impresión de como las decoraciones campaniformes pudieran ser trasunto de tejidos ya fue valorada, ¡cómo no!, por Siret (1913: 205-207), quien se inclinaba a considerar las cerámicas Ciempozuelos imitaciones de recipientes de esparto. Luego la idea de que los patrones decorativos campaniformes son reminiscencias de labores textiles ha sido expuesta con frecuencia, aunque sin la necesaria profundidad. Vide, por ejemplo, Harrison, 1977: 45-47.

[16] La idea de una tumba principesca enseñoreándose de un espacio salinero también se ha expresado en relación con el soberbio ajuar campaniforme / epicampanifome de la Finca de la Paloma, en Pantoja (Toledo), pues se fue localizado en las proximidades de un manantial salobre: Fuente Amarga (Muñoz López-Astilleros, 2002:86).

[17] Eliade (1983) y Blas Cortina (2003) vuelven a darnos una pista en este sentido al recordarla la costumbre, arraigada en muy distintos grupos culturales, de celebrar rituales de consagración en las minas antes de iniciarse las explotaciones. Lo mismo sucede al inaugurar hornos y fundiciones, no faltando casos en los que la ceremonia incluye liberación de bebidas alcohólicas (Eliade, 1983: 68).

En todo caso conviene recordar que en las jefaturas con frecuencia la autoridad es de naturaleza sacerdotal: «los jefes supremos y los somos sacerdotes fueron con frecuencia las mismas personas. El sacerdocio santificaba al jefe, solemnizaba sus ritos en los momentos críticos... y en general sostenía la jerarquía con recursos rituales y ceremoniales» (Service, 1984: 112).

[18] ) La fórmula no es muy distinta, como se ve, de la aplicada en nuestros molinos maquileros, con la diferencia de que la inversión del capital en infraestructura que exigen éstos si convierte a sus propietarios en auténticos especialistas.

[19] El tsaimaye de los baruya, que -aunque a partir de los vegetales halófitos- efectuaba un trabajo de ignición idéntico al de Santioste, para conseguir sal sólida que tenía que alimentar y vigilar el fuego durante cinco días y otras tantas noches (Goldelier, 1986: 159). Esto puede servir, en los términos por supuesto muy relativos, tanto para estimar el tiempo de trabajo como para calcular el gasto de combustible.

[20] Como prueba de que la riqueza de las mueras no es un asunto baladí, recuérdese la obsesión de los salineros históricos de la Poza de la Sal, en Burgos, por lo que denominaban las «graduaciones» (Saín 1989:41).

[21] El tsaimaye sin duda posee secretos de fabricación -la magia que le permite obtener la sal más pesada y valorada para el intercambio-, pero relativamente fáciles de adquirir, lo que justifica la falta de inconvenientes para compartirlos: basta con solicitarlo (Goldelier, 1986: 160).

[22] Sustancia vital, cono denunciaba Sebastián, párroco francés de Vauban, condenando la agobiante gabela de la sal impuesta por el Rey Sol: La sal es un maná que Dios ha concedido al género humano, sobre la cual, en consecuencia, no debería haber impuestos (Toussaint-Samat, 1987:49).