
Dña. María Jesús Alonso Ferrero
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Muy buenas tardes a todos.
Me gustaría empezar dando las gracias a la Junta Pro Semana Santa de
Villafáfila, y lo hago desde el sentimiento más sincero. Convencida del
valor y la importancia de este momento.
Es un honor anunciar nuestra Semana Santa con un acto que celebramos
desde hace diez años y con el que queremos seguir escribiendo la
historia de nuestra localidad y de una de sus tradiciones más
arraigadas. Queremos compartir aquello que nos une, aquello que muestra
una parte esencial de lo que somos y de cómo somos.
Quiero dar las gracias a nuestro alcalde, José Ángel Ruiz, al sacerdote
de nuestra parroquia, D. Agapito Gómez y especialmente y como una más
de vosotros a todos los vecinos que nos
acompañan.
Con humildad asumo el papel de pregonera y también con la ilusión y la
fuerza que aporta el sol que ilumina estos campos de Castilla, campos
sembrados de cereal que alimentan nuestras almas.
Mi única pretensión es compartir con vosotros algunos recuerdos y
vivencias, eso que me liga y me une a Villafáfila, eso que me vincula de
por vida a esta Semana Santa. Y digo que me une de por vida porque no
podía ser de otra forma si nací un Viernes Santo de hace 52 años,
después de la procesión, aquí, en la calle Suspiro, en la casa de mi
abuela Ángela.
Y es como si una aspiración profunda y prolongada, la de un instante, la
de un suspiro, siguiera aliviando mi vida y mi carácter. De alguna forma
estoy marcada también por mi nombre que me lleva hasta la madre de Jesús
y al hijo de Dios, y me hace seguir el paso de la procesión de María y
de Jesús año tras año.
SIEMPRE la claridad viene del cielo;
decía el poeta zamorano Claudio Rodríguez.
es un don: no se halla entre las
cosas sino muy por encima, y las
ocupa haciendo de ello vida y
labor propias.
Así amanece el día; así la
nochecierra el gran aposento de
sus sombras SIEMPRE la
claridad viene del cielo;
Soy hija de Tino, “el Use” y Marciana, de la familia de “los cabritos”,
personas humildes y trabajadoras, que vivieron, sin duda, tiempos muy
difíciles. Mi padre trabajó desde niño en la fragua de mi abuelo
Felicísimo, junto a la iglesia de San Martín y presume de haber sido el
último que hizo sonar las campanas de esa iglesia. Por otra parte, mi
madre, desde muy joven se inició en el oficio de la costura, sin dejar
de dar puntadas a lo largo de toda su
vida.
A ellos les debo lo que soy, como maestros y como ejemplos. Ellos me
inculcaron el valor de la tenacidad, del esfuerzo y la superación.
Ellos, a mi hermana Begoña y a mí nos marcaron el paso para sortear las
dificultades y levantarnos el ánimo cuando las fuerzas se debilitan.
Nací y crecí en este pueblo, rodeada de vecinos y amigos entrañables, de
los que tengo un gran recuerdo y mucho cariño y junto a esta pila recibí
el bautismo. Asistí a la escuela de párvulos, ubicada en la plaza del
ayuntamiento con todos los niños que por aquel entonces había en el
pueblo, y con Don Camilo aprendí el catecismo para la Primera Comunión,
tardes de nervios y algunas risas para aliviar la tensión.
Con 6 años inicié mis estudios de E.G.B. en la escuela comarcal San
Marcos, hoy Colegio Rural Agrupado, un gran centro, que lamentablemente
se resiente hoy en día por el descenso demográfico de la zona.
Siempre recordaré a Doña Antonia, maestra que me enseñó a leer y a
escribir, persona de recio carácter pero que hizo despertar en mí la
verdadera vocación hacia el magisterio. Desde entonces supe que quería
ser lo que hoy soy.
Mi vida está ligada a este pueblo. A Villafáfila pertenecen mi infancia
y mis raíces, las que hoy me sostienen. Aquí viví feliz, correteando por
las calles, jugando al escondite, con la merienda a “la piedra fina” y
los domingos como día extraordinario
a la
salida de
misa, echando
un vistazo
a la
ventana de
la cartelera del cine de Benito y directos a la plaza a comprar unos
chuches del cajón de la Romicha, siempre con un orden que nos
maravillaba…
Aquí viví sin internet, ni redes sociales y con televisión en blanco y
negro. Aún siento el frío de los pinganillos de hielo y noto el barro
que atrochamos por estas calles. También aquí conocí a quien hoy es mi
marido, Chema y que sin él nada de esto hubiera sido
posible.
Hago míos los versos de nuestro querido poeta Jacinto Fuertes:
Yo siempre quise a mi pueblo,
¡Nunca lo podré olvidar!
y en mis versos lo recuerdo,
que aunque no vivo en el pueblo
cada vez loquiero más.
Allí pasé toda
infancia con mi plena juventud, y aquellas Semanas Santas donde todo el
pueblo canta a su Jesús con la cruz.
La
Semana Santa
es uno de los momentos que se hunden en la historia de Villafáfila para
revivir cada año. Una celebración que se remonta a la Edad Media y que
excede al valor artístico de sus tallas y a la tradición de sus
procesiones, que han ido surgiendo a lo largo de los siglos. La historia
se repite porque forma parte de nuestro ser, de nuestros sentimientos,
porque de alguna forma responde a unas ansias compartidas por
encontrarnos con lo más profundo de nosotros mismos y de nuestras
creencias.
Así expresamos aquello que sentimos, así podemos compartirlo y sacar a
la calle nuestra religiosidad. Y al hacerlo manifestamos nuestra fe,
ponemos en valor nuestro patrimonio artístico, recreamos nuestra cultura
y nuestras tradiciones o estrechamos los lazos con quienes nos rodean.
Así crecemos por dentro mientras nos manifestamos por fuera.
Para mí el inicio de la Semana Santa tenía lugar después de la
celebración de los jueves de “compadres y comadres”, con aquellas
meriendas que tanto disfrutábamos y se iniciaba con el miércoles de
ceniza, cuando acudíamos acompañados de los maestros a la iglesia para
la imposición de la misma. Era algo especial, un rato de disfrute que
nos permitía escapar a media mañana del colegio. Pasábamos el día
pendientes de esa señal de ceniza en la frente que poco a poco iba
desapareciendo aunque de alguna forma nos
calaba.
Al escribir este pregón eché la vista atrás y arranqué del olvido esos
recuerdos que me permiten expresar lo que hoy quiero compartir. Como ese
sentimiento de admiración que me invadía, siendo niña, cuando escuchaba
la tradición de los sermones realizados por la figura del predicador.
Tradición que se mantuvo hasta los años 70. Por lo general realizaba
este papel un franciscano, o un dominico, procedente de los conventos de
la zona y su palabra se oía especialmente el día del Viernes
Santo.
Ese mismo día, muy temprano, era costumbre ver a las mujeres ataviadas
con la basquiña, una falda negra que usaban para actos solemnes,
permaneciendo sentadas en el suelo de la iglesia y rezando sus
oraciones. El Nazareno y la Virgen María salían de la iglesia de San
Martín para encontrarse en la Plaza del Ayuntamiento. Qué emoción
despertaba tan solo una frase”…corre Juan a ver a María…” puesto
en voz de quién lo decía. Posteriormente comenzaba el Vía Crucis con su
recorrido por distintas calles hasta la Plaza del Salvador, terminando
la procesión en la iglesia de San Martín y finalizando con la misa en la
Iglesia de Santa María.
“Padre nuestro Jesús Nazareno, rey eterno de amor y de paz.
Reina siempre en tus fieles Esclavosy del mundo, Señor, ten piedad”
(Estrofa tantas
veces escuchada)
También entre esa herencia que atesoro guardo en mi recuerdo “la tarde
de tinieblas”, que tenía lugar el miércoles santo en la Iglesia de San
Martín.
Después de los oficios y con la iglesia en penumbra, los niños agitaban
carracas y matracas, produciendo un tremendo estruendo, simulando un
terremoto al final de los tiempos. Es una pena que esta tradición no se
mantenga en la actualidad para poder vivirla con aquella intensidad de
entonces.
La Semana Santa para mí son todos esos sonidos, tiene olor a
incienso, hasta sabor a torrijas y huellas que no se
borran.
La Semana Santa son los ramos de laurel bendecidos que ondean en
procesión el domingo de ramos. Es la Subasta o Ajuste de los Santos. Un
acto trascendente que se remonta a comienzos del siglo XIX y que se
mantiene en pocos lugares de España. Es mostrar disposición para cargar
con las imágenes, pagar por tener ese privilegio, llegar a competir por
ocupar ese lugar dentro de una procesión. Nunca salíamos de nuestro
asombro cuando años atrás, contando nosotros con 10 u 11 años, la Urna
del Santo Entierro alcanzaba el escaso valor de 1 peseta o 1 duro,
debido a su peso.
Nuestra Semana Santa también es la Trompeta, que marcaba el ritmo
de la puja y de esta celebración, que nos anunciaba los actos religiosos
y nos acompañaba toda la noche del Jueves Santo, con un sonido bronco
que se perdía por las calles y entraba en nuestras almas.
Pero nuestra Semana Santa es también el silencio del Miércoles Santo
y la Cofradía del Santo Cristo de la Misericordia. Fundada hace 25
años por iniciativa de un grupo de vecinos del pueblo con el fin de
impulsar la Semana Santa de Villafáfila y recuperar esta imagen de
estilo barroco del S. XVII de gran belleza y expresividad que se
conserva en nuestra iglesia.
Para mí tiene un significado muy especial esta procesión por diferentes
motivos o mejor dicho por diferentes vínculos que tienen nombre. Entre
sus impulsores, Agapito, mi suegro, recientemente fallecido, a quien la
memoria se empeñó en colocar lo vivido en el rincón de lo olvidado…
Es también especial por la confianza que en su día Jesús Ruiz , gran
impulsor de la Semana Santa y alguien muy apreciado en nuestro pueblo
depositó en Carmina y en mi madre, Marciana, al encargarles la
confección de las túnicas de la cofradía en delicado terciopelo verde
oscuro, con capa y capuchón
beige.
Tengo que decir,
que algún hilván tuve que quitar y algún jaretón que coser para que el
encargo llegase a tiempo.
Y esencialmente porque mis
hijos Gonzalo y Jaime son miembros de esa cofradía, lo que me
hace sentir muy orgullosa.
“Jóvenes que lo llevasteis Con entusiasmo y con fe, Que lo llevéis
muchos años
Igual que en el
noventa y
tres.” (Bellas palabras de
Jacinto)
Después del acto de juramento del silencio, por parte de los cofrades en
la iglesia, se inicia la procesión del Santo Cristo de la Misericordia,
transcurre lenta por nuestras calles y se abre paso entre los
claroscuros que producen las luces y las sombras de los faroles que
iluminan el Cristo. Y así caminamos envueltos en el sonido del tambor,
una esquila, una matraca, que hacen sonar los cofrades más jóvenes para
que el silencio impere y mantener así su
promesa.
El recorrido se rompe con el canto del Miserere en la plaza del
Ayuntamiento, cuando el Cristo de la Misericordia reclama nuestra
atención, con semblante triste, en perfecto equilibrio, apoyado
únicamente sobre las horquillas y su mirada se extiende ante todos los
cofrades.
Esta misma Cofradía ha recuperado el DESCENDIMIENTO, momento que
se repite cada cuatro años. Cristo liberado de la cruz, instante que de
alguna forma también alivia nuestras cargas y pesares personales y nos
despoja de ataduras.
No es que la Semana Santa vaya ganando en importancia a medida que
transcurren los días, nuestra Semana Santa son estos instantes y otros
como los Oficios, con la lectura de la Pasión de Cristo o la Procesión
del Ecce Homo. Esa imagen de Jesús atado a la columna, que data del
siglo XVIII y procede de la iglesia de San Salvador, que desfila cada
tarde de Jueves Santo con pasos acompasados junto al color morado que
visten sus cofrades.
También el Jueves Santo y por un camino iluminado con velas y
cirios camina lenta la Procesión de la Vera Cruz, talla de gran valor
artístico, perteneciente al estilo gótico-flamenco del S. XV y que
participó en la muestra de las Edades del Hombre de 2011 en Medina de
Rioseco. Recuperada esta procesión desde hace 9 años, a propuesta de la
Junta Pro- Semana Santa, y después de 130 años desaparecida. Gracias a
su iniciativa podemos rememorar su esencia y el origen de aquel
entonces, identificado con la tradicional capa negra
castellana.
Estos recuerdos me transportan a tiempos de ritos y penitencias que
antiguamente tenían lugar en la noche del Jueves Santo, noche de vigilia
que muchos grupos de jóvenes alargábamos esperando la madrugada que nos
reconfortaba, con la costumbre de hacer limonada, jugar al “Ballato”
(con sus retahílas…. “Miente Ud señor ballato”) y desayunar unos buenos
churros, si era posible, antes de ir a la procesión.
Nuestra Semana Santa está hecha de todos esos pasos que representan la
Sagrada Pasión de Jesús Nazareno en el lento y agónico caminar hacia el
calvario. Jesús con la cruz, María y San Juan.
Emoción contenida a lo largo de toda la procesión de Viernes Santo
al poder contemplar a Nuestro Jesús Nazareno. Una imagen que penetra
en nuestro corazón y nos transmite serenidad como si en su encuentro
halláramos protección.
Camina en soledad María tras los pasos de San Juan. La madre llena de
dolor por los cuatro costados. Con su mirada abatida, en sus manos
derrotadas, su hijo que pronto será Santo Cristo de la Pasión.
“Siete palabras de amor Dijo Jesús
angustiado
En Ellas se expresa el dolor De Cristo
crucificado
La procesión discurre lenta, armoniosa y acompañada por los cantos de
las mujeres. Pies descalzos que caminan cumpliendo alguna promesa o
petición. Y Los penitentes que siguen de cerca la imagen de Jesús hasta
el momento del “Encuentro”. Allí se encuentran, allí nos encontramos,
con San Juan y con María que se rinden reverencias.
Nuestra Semana Santa es la procesión del Santo Entierro, es la Virgen de
las Angustias, es María invadida por la tristeza, es la Virgen de la
Piedad, es el Cristo de la Urna, tan real como la vida y es la Madre
Dolorosa que sale a nuestras calles desde hace 12 años acompañada de
mujeres dignas de admiración. Es la Madre atormentada por ver a su hijo
sin vida.. Es el hijo clavado en la cruz. Es una túnica de terciopelo
negro y una medalla de plata, es un estandarte que lo anuncia y se abre
paso, son los pies descalzos y unos cirios que iluminan su recorrido y
el silencio….
Mi Semana Santa es la de mi abuela y la de un farol de cristales y una
vela, en la que mi máxima preocupación era si se me apagaría por efecto
del viento y si se consumiría a lo largo del camino. Y es también mi
temor a mancharme de cera. Es la Salve, siempre emocionada en la
iglesia.
Es el Domingo de Pascua y la mañana de encuentros, es acompañar a
María, despojada de su manto negro para celebrar a El Salvador. Es Jesús
resucitado.
La Semana Santa es duelo, y sufrimiento, es alegría, pasión y añoranza.
Son para mí las personas que quiero y aquellos que la hacen posible y la
comparten. La Semana Santa, nuestra Semana Santa es mía y es de
Villafáfila. Es de todos. Y a todos agradezco que me permitan este honor
de pregonarla.
Hay tanta dedicación y trabajo detrás de nuestra Semana Santa que no
sería justo que me olvidase de todas las personas que invierten tanto
tiempo preparando la iglesia, vistiendo imágenes, preparando sus mantos
y túnicas, haciendo que luzcan con todo su esplendor acompañados de
preciosos adornos florales. Sin olvidar a aquellas personas que con
esfuerzo y entrega comparten la labor de realizar carteles, imágenes y
vídeos proyectando nuestra Semana Santa a través de las redes sociales.
Hay tanto compromiso que es necesario poner en valor tanto esfuerzo
desinteresado y tanto cariño. Para todos vosotros, mi reconocimiento y
mi homenaje más sincero y fraternal esta tarde.
Por eso termino como empecé rindiendo homenaje al pueblo que me vio
nacer y en el que crecí, a sus gentes, que me acompañaron y me
acompañan, a su Semana Santa, que forma parte de mi vida, que fue parte
de mi ayer, es parte de lo que soy hoy y así será
siempre.
Muchas gracias por la atención.
Dña. María Jesús Alonso Ferrero.
14 de abril del 2019, Villafáfila.
Autor:
José
Luis Domínguez Martínez.
Texto:
Dña.
María Jesús Alonso Ferrero.
Pregonera de la Semana Santa 2019
Fotografía:
José
Luis Domínguez Martínez.
Transcripción y montaje:
José
Luis Domínguez Martínez.
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