TESORILLO DE VILLAFÁFILA |
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El llamado tesorillo de Villafáfila constituye, sin lugar a dudas uno de los conjuntos más importantes entre los fondos de tipo arqueológico que custodia el Museo provincial de Zamora al encontrarse entre las escasas muestras de orfebrería visigodas halladas en nuestro país, junto con los tesoros bien conocidos de Guarrazar y Torrdonjimento, hecha la salvedad de la riqueza y abundancia de piezas que componen éstos, singularmente el primero de ellos, frente al carácter notoriamente más modesto del hallazgo de Villafáfila.
Sin embargo, poco o casi nada se ha dado a conocer sobre el tesorillo, tras la primera noticia de su existencia por Gómez-Moreno, salvo la referencia siempre reiterada a su presencia en el Museo de Zamora y la publicación ocasional de alguna fotografía del conjunto o de alguna de las cruces pertenecientes al mismo.
Nos proponemos, por ello en estas notas, proporcionar el mayor número posible de información sobre las circunstancias de aparición, así como una descripción minuciosa de las piezas, acompañada, por vez primera, de una documentación completa[1], pormenorizando las descripciones, y completando todo ello con un apéndice dedicado al análisis metalográfico que podrá servir en su día como elemento comparativo para el estudio de las piezas.
BIBLIOGRAFÍA SOBRE LAS PIEZAS
La más antigua referencia sobre el tesorillo de Villafáfila arranca de 1927,- como tantas otras relativas al patrimonio arqueológico o artístico zamorano- al publicarse el Catálogo Monumental de la provincia de Zamora realizado por don Manuel Gómez-Moreno, que describe las piezas brevemente y publica la primera fotografía de las mismas[2].
Posteriormente será recogido por Zeiss, en su obra sobre los hallazgos de época visigoda en España, incluyendo además de las correspondientes láminas, una somera descripción de las cruces, con sus medidas, con referencia a las restantes piezas[3].
Asimismo Ferrandis, se refiere a las cruces de Villafáfila al estudiar las artes decorativas de época visigoda en el entorno correspondiente de la Historia de España dirigida por Menéndez Pidal[4].
El catálogo del Museo Provincial de Zamora redactado por su Director, Victoriano Velasco, recoge lógicamente, el tesorillo siguiendo en todo las descripciones de Gómez-Moreno, pero dando una nueva fotografía del mismo en que aparece la pieza número cinco, ausente en la obra de este[5].
Igualmente se recoge una referencia tangencial al tesorillo en la serie dedicados a los hallazgos zamoranos por Martín Vall y Delibes al tratar sobre la zona de Villafáfila, reflejando en una nota toda la bibliografía existente sobre aquél[6] y adelantando su posible procedencia de la zona de la Fuente de San Pedro, yacimiento romano conocido situado en las proximidades de Villafáfila que ha proporcionado restos de diversos de pavimento masivo[7].
En referencias breves, siempre remitiendo a los datos originales de Gómez-Moreno, se hace eco de la existencia del tesorillo Pedro de Palol[8], Virguilio Sevillano[9], y recientemente Ramón Corzo[10], que publica una nueva fotografía de las piezas.
Últimamente el hallazgo de Villafáfila ha sido recogido por Wolfgang Hübener en su trabajo sobre las cruces de lámina de oro de la temprana Edad Media[11], donde recibe un tratamiento ciertamente opaco, con detalles caramente equívocos al hacerlo proceder de una fuente y aludir a supuestas bandejas de bronce que acompañarían a las cruces.
De manera mucho más tangencial, se ha dibujado una de sus cruces como ilustración en reciente artículo de Puertas Tricas[12].
LUGAR Y CIRCUNSTANCIAS DE APARICIÓN
El Museo Provincial de Zamora conserva entre la documentación antigua relativa a los fondos que integran sus colecciones una serie de referencias por las que son fácilmente reconstruibles las circunstancias que acompañaron la aparición del tesorillo en 1921.
Consideramos de interés recoger las peripecias administrativas por las que atravesó éste hasta su adquisición por el Museo por ser ilustrativas que cómo en ocasiones los problemas económicos o burocráticos pueden llevar a que obras valiosas de nuestro patrimonio histórico no lleguen a tener el destino público que merecen.
La primera referencia al hallazgo de Villafáfila en la documentación del Museo se remonta a un escrito de fecha de 21 de agosto de 1921 dirigido por el presidente de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Zamora a don Vicente Fernández Rodríguez trasladándole otro anterior del Director General de Bellas Artes de fecha de 6 de agosto, solicitando información sobre el hallazgo de alhajas en el término de Villafáfila y dando instrucciones sobre el depósito de las mismas, al tiempo que plantea la posibilidad de examinarlas personalmente.
Del borrador del amplio y pormenorizado informe enviado poco tiempo después por el Director del Museo Provincial, a la sazón don Severiano Ballesteros, es posible obtener una serie de valiosos datos, que directamente transcribimos:
“… los objetos a que se refiere fueron en efecto encontrados en los alrededores de Villafáfila, a medio kilómetro aproximadamente del poblado, en un campo de labor de propiedad de don Vicente Fernández Rodríguez, de aquella vecindad, con ocasión de hallarse éste abriendo en él un pozo. Según referencias estaban estos objetos en el fondo de otra excavación a manera también de pozo, de metro y medio de profundidad por uno de ancho poco más o menos, señalado por un corte circular que aún se conservaba de la capa gredosa del subsuelo, en la que penetraba en medio metro y envuelto con la tierra vegetal, piedras y algún menudo fragmento que lo cebaban”.
El libro de Actas de la Junta del Patronato del Museo recoge, en su sesión del día 25 de diciembre de 1921, la entrega por don Vicente Rodríguez de los objetos hallados en su terreno, en calidad de depósito provincial hasta que se arbitrasen los medios para la adquisición por el Estado o por el propio Museo.
Un año después, el Acta de la sesión del día 21 de diciembre de 1922 se recoge el acuerdo de devolución a su propietario de los objetos hallados a petición de éste, al no haberse obtenido aún los medios para su adquisición, entrega que se efectuó el 23 de noviembre del año siguiente según consta en el documento que sirve de recibo.
Por fin, y ante el riesgo de que su propietario pudiera enajenar los objetos encontrados, el Patronato del Museo, acordó la adquisición de esto con cargo a la asignación para el material del propio Centro, pagándose por ellos un precio de ciento veinticinco pesetas solicitado por el hallador, según se recoge en el Acta de 28 de diciembre de 1923, con lo que el lote de piezas ingresó definitivamente en el Museo de Zamora.
Con estos datos previos hemos llevado a cabo una investigación directa sobre el terreno, entrando en contacto con personas que, por su vinculación con el hallador y estar próximos al mismo en el momento de producirse la aparición de las piezas, consideramos que nos podrían aportar datos novedoso o aclarar aspectos confusos[13].
Como resultado de estas indagaciones se ha podido establecer con certeza el lugar concreto del hallazgo, nunca registrado hasta la fecha en las reiteradas referencias al mismo.
Según estos datos, el hallazgo se produjo en la zona o pago de “Santa Marta” (lám. I. 1) situada en el límite S.O. del actual casco urbano de Villafáfila, dentro del área definida por el entronque de la carretera local que va a la estación de La Tabla, y poco más allá a la Nacional 630, con la también local a Villarrín de Campos (fig. 1)[14].
El área concreta del hallazgo es un terreno perteneciente a las traseras de la casa actual de don Demetrio Zamorano, sobrino del hallador, situada al margen izquierdo de la carretera que va a La Tabla. (lám. I. 2)[15].
En la época del hallazgo del tesorillo toda la zona estaría ocupada por fincas agrícolas, alejadas un tanto del núcleo urbano de Villafáfila, lo que encaja bien con la distancia de medio kilómetro que establecía el informe de don Severiano Ballesteros.
La pertenencia de la finca de la Fuente de San Pedro, situada a unos seis kilómetros del pueblo, al mismo propietario de la finca de Santa Marte donde se hallaron las cruces, don Vicente Fernández, puede justificar en gran parte el origen de la confusión sobre el lugar del hallazgo recogido por algunos investigadores.
La denominación de “Santa Marta” dada a la zona parece denotar, verosímilmente, la existencia en su entorno de una posible iglesia u otro tipo de centro religioso dedicado a esa advocación, que habría permanecido en la toponimia a pesar de haber desaparecido todo vestigio de posibles edificaciones.
En relación con ello, hace unos años apareció una sepultura, con laja encima de la fosa, dentro de una finca propiedad de Don Martín Gómez, a la izquierda de la carretera de Villarrín.
DESCRIPCIÓN DE LAS PIEZAS
Todo el lote de piezas figura inscrito en los libros de registro del Museo de Zamora con el Número de Inventario 105, por lo que se ha diversificado cada una de ellas añadiendo un segundo número de orden que las individualizase.
105 (1). Cruz de lámina de oro, con brazos ensanchados en los extremos, o patada, rematados en ángulo obtuso que se asemejan a la cruz de Malta. Brazos ligeramente irregulares. (fig. 2, 1, lám. II, 1).
En el extremos superior lleva un taladro en que se engarza una cadenilla formada por cuatro eslabones en forma de s, constituidos a partir de un hilo de oro de cuadradillo torcido formando aristas excepto en la zona de unión a la cruz y en los extremos del eslabón exterior, donde adopta forma aplanada, y ligeramente aguzada.
Dimensiones: altura 8cm.; anchura 7 cm.; longitud de la cadena 6,5 cm.; espesor de la chapa 3 mm.; peso 9 gramos.
105 (2). Cruz patada de lámina de oro. Brazos de anchura ligeramente desigual. (fig. 2, 2; lám. II, 1).
En el extremo superior lleva un taladro circular en que engarza un gancho de alambre de oro, de sección casi circular decorado a trecho con unas incisiones paralelas, y rematado en la zona de cierre con una doble vuelta.
Dimensiones: altura 5,8 cm.; anchura 5,8 cm.; longitud de sujeción, 2,1 cm.; espesor de la chapa 2 mm.; peso 3 gramos.
105 (3) Cruz patada de lámina de oro. Brazos ligeramente irregulares. (fig. 2, 3; lám. II, 1).
Está rematada en su parte superior por una anilla de sujeción formada por un alambre de sección plana unido al reverso de la cruz mediante martillado. Fragmentado en tres partes aunque completa.
Dimensiones: altura 9,6 cm.; incluyendo anilla de sujeción; anchura 7,8 cm.; espesor de la chapa 4mm.; peso 10 gramos.
105 (4) Recipiente de bronce, de forma troncocónica, con pie ligeramente esbozado de pareces verticales. (fig. 3; lám. II. 2).
El borde superior está marcado por una acanaladura a todo lo largo, interrumpida por un taladro circular situado ligeramente por debajo de esa línea. En otro extremo y a la misma altura se observan indicios de un apéndice de factura tosca. Boca ligeramente oblonga.
Dimensiones: diámetro máximo 6,8 cm.; altura 4,5 cm.; diámetro de base 2,5 cm.
105 (5) Fragmento de posible tapa de recipiente de bronce. (fig. 3, 5; lám. II, 2).
Presenta una acanaladura a lo largo del borde similar ala de la pieza anterior, y en su parte media decoración mediante motivos calados en forma de dos círculos unidos por una línea recta, de los que sólo se conserva uno completo, Borde plano.
La pieza en forma de cúpula, remataba en un apéndice con orificio de sujeción, conservándose aún una anilla engarzada al mismo.
Probablemente formase parte, con la pieza nº 4, de un mismo elemento, como tapa de un posible incensario, según avala la similitud del diámetro resultante del desarrollo ideal de la pieza completa.
Dimensiones: altura 3,5 cm.
Esta pieza no aparece mencionada en el informe de don Severiano Ballesteros ni en la descripción o fotografía de Gómez-Moreno.
105 (6). Vástago de latón, incompleto de traza piriforme irregular, rematado en su extremo en botón. Sección circular. (fig. 3, 6; lám. II, 2).
Presenta huellas de rotura en la parte en que se uniría al testo de la pieza.
Dimensiones: longitud 4,5 cm.; diámetro máximo 1,7 cm.
En el informe de don Severiano Ballesteros se dice que “es parte de otra mayor en forma de cruz, según manifestación de don Vicente Fernández, de la que ésta era uno de los brazos, con una prolongación otro de los que faltaban como para ser encajada en alguna otra parte. En el otro extremo del fragmento que se describe, aparece la quebradura bien reciente por la que se separó del resto, perdido”.
Los objetos de bronce y latón presentaban una gran cantidad de focos de oxidación, en forma de cloruros, que además de hacer peligrar su conservación enmascaraban detalles de posibles decoraciones de las piezas.
Por ello, durante el curso de 1985 se enviaron a la Escuela de Artes Aplicadas a la Restauración, de Madrid, donde se les sometió a tratamiento de limpieza mecánica, eliminación de cloruros y aplicación de una capa de protección.
Este tratamiento ha permitido constatar que la pieza número 5, aparentemente solo un fragmento informe de funcionalidad de difícil definir, se presentaba, tras su limpieza, una decoración con motivos calados, en línea, y una anilla en se apéndice de sujeción, inapreciables hasta entonces, haciendo posible su puesta en relación con la pieza número 4 como parte de un posible incensario.
Las curses no ha sido tratadas desde su aparición
PARELELOS, CRONOLOGÍA, INTERPRETACIÓN
Las cruces de lámina de oro, de las que se conocen en total 320 ejemplares, aparecen ampliamente documentadas fuera de la Península en múltiples hallazgos producidos en torno a los Alpes, tanto en el Norte, en la zona alemano-bajuwárica, como al Sur de la cordillera, en el área longobarda, suponiendo su máxima expansión hacia el Este los escasos ejemplares procedentes de Egipto y constituyendo Villafáfila el lugar de hallazgo más accidenta, hasta ahora, de este tipo de piezas.
Sin embargo partiendo de un modo idéntico de realización recortando las cruces de una lámina mediante tijeras, la mayoría de los ejemplares procedentes de la región alpina no son lisos sino que están decorado mediante molde y delimitados por repujado, hecha excepción de la zona alemana de Rinh y Nécker, donde la proporción de las cruces lisas es más elevado.
Aparecen estudiadas en diversas monografías sobre arte bárbaro - principalmente longobardo -, con ejemplares sensiblemente similares a los de Villafáfila pero decorados a troquel[16].
Singularmente nos ha sido de gran utilidad el artículo monográfico de W. Hübener resumiendo el simposio sobre las cruces de oro en la temprana Edad Media celebrado en 1974 en Friburgo de Brisgovia, que, por su carácter más completo, será referencia obligada a lo largo de este estudio[17].
Es los ejemplares recogidos por estos autores, las cruces, similares en forma y técnica a los ejemplares presentan en general taladros en los extremos, indicando su funcionalidad de ir cosidas a las ropas, formando parte generalmente de ajuar funerario.
En este sentido tiene igualmente la pieza nº 111 del Museo de Cluny procedente igualmente de la zona alpina[18].
En España el número de cruces de lámina de oro es ciertamente escaso, con piezas y fragmentos de otras correspondientes a total de 25 ejemplares, reduciéndose exclusivamente a las que integran el tesoro jiennense de Torredonjimeno, con 12 cruces completas y el zamorano de Villafáfila objeto de este estudio, dejando a un lado el de Guarrazar que por su técnica más compleja y mayor riqueza decorativa, se aparta del tipo sencillo que venimos considerando.
Las semejanzas en forma, técnicas y acabado entre las piezas más simples de Torredonjimeno y las de Villafáfila es bastante notable, incluyendo detalles como cadenillas, ganchos de suspensión, taladros para engarces o anillas soldadas, constatables en diversos ejemplares de aquél que pueden utilizarse como paralelos[19], todo lo cual parece avalar una clara identidad cronológica.
En todo caso, debe reseñarse en Torredonjimeno una mayor afinidad de sus cruces en general, con los modelos de cruz latina - brazos transversales más cortos -, frente a los ejemplares de Villafáfila, de brazos sensiblemente iguales, de tipo griego.
Respecto a la funcionalidad de las cruces se plantea una fundamental diferencia entre los ejemplares alpinos y los hispanos. Mientras los primeros proceden en su inmensa mayoría de tumbas, - unos 220 ejemplares tienen esta procedencia a ambos lados de los Alpes -, los segundos estaría asociados a tesoros ofrendados a iglesias, dato contrastado en las piezas con leyenda de consagración de Torredonjimeno y Guarrazar, y presumible, por afinidad, en el caso de Villafáfila, siguiendo una antigua tradición anterior en todo caso al 672[20].
Esta distinta funcionalidad se acusa igualmente en la configuración de las cruces, - con taladros generalmente en todos o alguno de los brazos en los ejemplares europeos-, y ganchos y cadenillas de suspensión en las piezas hispanas, indicando en el primer caso su uso para ir cosidas en los vestidos de cuero o de tela y en el segundo servir para estar colgadas en los templos, indicando todo ello una concepción distinta del objeto.
Para Hübener las cruces las cruces de la zona alpina constituirían ofrendas funerarias que el difunto habría adquirido en vida para ese fin, respondiendo al arraigo del culto al más allá en los territorios alamanos, longobardos y bajuwáricos, sentimiento ausente entre visigodos, sajones y francos[21]. De todos modos es arriesgado concretar el uso exacto de las piezas, que fácilmente podría ser diverso.
En el caso español, sin embargo parece evidente asociar estas cruces a las tradicionales ofrendas a las iglesias como acción de gracias o en las ceremonias de consagración, documentándose las costumbres de cargarlas ya de antiguo, en la segunda mitad del siglo VII, sin descartar la idea igualmente de que personas importantes pudiesen lucir las cruces sobre ropajes festivos en ocasiones importantes, aunque la endeblez de las mismas parece un argumento contrario a esta idea[22].
La falta de inscripciones alusivas a dedicatorias en las cruces de Villafáfila, contrariamente a algunas piezas de Guarrazar y Torredonjimeno, hace difícil determinar con elementos adjetivos la cronología, que, de modo general, en los ejemplares alpinos tiene su ponto de gravedad en la primera mitad del siglo VII, abarcando un periodo que iría de 580 a 650[23], mientras que en España este tipo de manifestaciones serían algo más tardías desarrollándose a lo largo del siglo VII[24], y fundamentalmente para Palol[25] en la segunda mitad del mismo, coincidiendo con la última fase del arte visigodo.
Respecto a las demás piezas integrantes del tesorillo, consideramos, por las razones explicadas al describirlos, que los objetos número 4 y 5 serían la cazoleta y tapadera respectivamente de un elemento unitario, concretamente un incensario litúrgico, Contribuye igualmente a afianzar esa creencia la proporción similar de sus componentes metalográficos que se desprende de los resultados de análisis.
Si bien los ejemplares de incensarios que hemos podido conocer como punto de referencia presentan en general un mayor tamaño y una mayor complejidad estructural pensamos que existen suficientes elementos a juicio de favor de esa identificación.
Se trataría, al disponer de tapadera, de un incensario utilizado en el culto litúrgico, no meramente votivo como debían ser los ejemplares simples, no dotados de cubierta[26].
Salvando las distancias, la forma hemiesférica, aunque irregular, de la cazoleta, podría recordar los ejemplares sicilianos, singularmente de Gramminchele o Siracusa[27], derivados a su vez de modelos coptos[28].
En general todos ellos más anchos y semiesféricos que el ejemplar de Villafáfila y dotados de tres cadenillas para la suspensión que engarzarían en otros tantos apéndices que se arrancaban del borde de la cazoleta, sistema que no parece constatarse en la pieza que estudiamos.
La pieza número 4, tenida hasta ahora por un vaso, presenta sin embargo, señales de lo que puede verosímilmente identificarse como huellas de posibles charnelas que sirvan para el cierre y engarce de la parte superior de modo semejante tal vez a los elementos de fijación del vaso cuadrado procedente de la basílica de Alconétar [29].
No obstante, al inclinarnos a considerarlo, como la pieza número 5, un incensario con tapadera, la decoración de calados de esta última permitiría la comparación con paralelos tan conocidos como el ejemplar procedente de Volúbilis, con cubierta en forma de cúpula y una serie de motivos en forma de arquillos de herradura si bien la parte inferior, de forma cilíndrica y apoyada en tres pies no guarda semejanza con la de Villafáfila, así como los elementos de engarce, bastante más complicados, del cierre[30].
También podría relacionarse la pieza de Villafáfila con el ejemplar del Museo de Cluny, procedente del Oriente Mediterráneo[31], con cubierta igualmente en forma de cúpula con arcadas en su parte superior y perforaciones de cierto parecido a las de Villafáfila en su tramo vertical, con la diferencia de que en su esta última los motivos son simples líneas verticales uniendo círculos en sus extremos y en el ejemplar de Cluny los dibujos, siendo semejantes, forman una cruz pometeada al cruzarse el tramo vertical por otro horizontal de forma similar.
Bastante más alejado del ejemplar de Villafáfila estaría el incensario copto de Crikvine, en Dalmacia, de forma poligonal en la parte inferior, con tres pies, y tapadera decorada con arcos de herradura nada esquemáticos en comparación con la pieza de Villafáfila, o las mismas de Volúbilis o Cluny[32].
Todos estos ejemplares irían suspendidos de anilla y cadena, aspectos que a pesar de su conservación fragmentaria es perfectamente constatable en el ejemplar de Villafáfila.
Si bien la decoración de la pieza de Villafáfila, no puede considerarse en rigor como arcos de herradura enfrentados, una interpretación amplia podría asumirlos a una esquematización de dicho motivo, y en esa medida ponerse en relación con las demás piezas comentadas.
Según Wulff el incensario de tipo semiesférico aparece en Egipto desde el siglo VI hasta el VII o el VIII, fecha que también da Orsi para el grupo siciliano[33], periodo en que se inscriben igualmente los paralelos considerados: Crikvine, siglo VI, Volúbilis, siglo VIII, y de manera más indeterminada el ejemplar de Cluny, entre los siglos V y VII.
En su expansión hacia Occidente desde el mundo copto-bizantino alcanzará las costas españolas a mediados del siglo VII sirviendo de modelo a formas y tipos específicamente hispánicos que perduraran con escasas variaciones hasta época románica[34].
Respecto a la pieza número 6 en latón, que hemos descrito más arriba, su forma de vástago rematado en botón pudiera quizá recordar un elemento de agarre, tal vez el mando de una presunta patena, si bien los ejemplares conocidos de esas características, caso del a pieza de el Gatillo (Cáceres) del Museo Arqueológico Nacional, presenta un mayor tamaño y una sección poligonal.
También podría asociarse por su forma a un hipotético mango de incensario, normalmente más largo de forma cilíndrica, propio del mobiliario litúrgico copto[35], lo que no parece muy probable.
Para otros posibles usos, badajo de campana, brazo de cruz, etc., no hemos encontrado paralelos, por lo que su su verdadera funcionalidad se nos escapa, si bien a favor de este último uso debe tenerse en cuenta el testimonio recogido por don Severiano Ballesteros y el propio Gómez-Moreno[36].
Por todos los paralelos considerados, y teniendo fundamentalmente en cuenta la cronología atribuida por varios autores a las cruces de lámina de oro aparecidas conjuntamente con estos otros elementos metálicos, parece situar éstos en la segunda mitad del siglo VII.
No estamos en disposición de poder concretar el posible taller de fabricación de definirnos respecto a la posible importancia de las piezas, si bien la probabilidad de que se utilice oro del Noroeste en la fabricación de las cruces, a juzgar por los análisis metalográficos efectuados, puede avalar la idea de que fuesen objetos realizados en un taller de alcance local, lo que explicaría también las imperfecciones de los remates. A nivel de hipótesis podría pensar incluso en el presunto taller radicado en la Meseta Norte considerado por Palol al estudiar los bronces litúrgicos hispanos-Visigodos[37].
La aparición del tesorillo en la localidad de Villafáfila, en una zona con topónimo tan significativo como Santa Marta, parece asociarlo muy probablemente a un establecimiento eclesiástico, verosímilmente monasterio, al ser varios los cenobios documentados desde época mozárabe dedicados a la mártir astorgana dentro de la diócesis asturicense, de la que Santa Marta es Patrona, con culto atestiguado desde tiempo inmemorial[38].
Recordemos a este respecto los monasterios de Santa Marta de Tera y Santa Marta de Camarzana, situados ambos al Norte de la Provincia de Zamora, con existencia documentada desde el siglo X[39].
Desaparecido todo vestigio de posibles restos del monasterio o iglesia, su recuerdo conservaría en la memoria popular llegando al topónimo hasta nuestros días.
Las razones de la ocultación, seguramente intencionada, cabe hacerla depender, a falta de datos más fehacientes, de la existencia de algún momento de inseguridad y peligro en la zona, no necesariamente asociado a la invasión musulmana ya que se documenta momentos de confusión en los propios tiempos de la monarquía goda que no se debieran, en principio, descartar.
La aparente contradicción que representa la presencia de algunas piezas de bronce y latón de manera fragmentaria para considerar el hallazgo como una ocultación intencionada, se explicaría, verosímilmente, por la rotura de aquellas en el momento de su aparición y la pérdida posterior de los fragmentos, que las habría hecho llegar a nuestros días de forma incompleta.
Respecto al poblamiento de temprana Edad Media en la zona de Villafáfila, tan rica por otra parte en vestigios de habitar intensos en época prehistórica y romana[40], y con un topónimo que parece remontarse a posibles asentamientos de los invasores germanos[41], debe ponerse en relación con la explotación de la sal en las lagunas endorreicas tan abundantes en la zona, principalmente la "Lacuna Maiore".
A partir del siglo X las referencias a esta actividad se manifiestan en las múltiples "pausatas" explotaciones salineras, vendidas o traspasadas y adquiridas en gran parte por los monasterios lo que configura a Villafáfila como un principal foco salinero de la comarca de la Lampreana[42].
El documento más antiguo conservado sobre "villa de Fafila" se remonta al año 936 en que se vende una "pausata" en su término al monasterio leonés de Sahagún[43], momento contrastado con algunos restos arqueológicos conservados en sus cercanías, como un capitel corintio de mármol existente en Otero de Sariegos, decorado con caulículos, fechado en el siglo IX o anterior, y otro, más rudo, en la también próxima localidad de Revellinos[44], que atestiguan la perduración de la tradición visigótica en la zona.
El hallazgo del tesorillo en el territorio de lo que es actualmente esta provincia de Zamora se correspondería con otros topónimos de época visigoda conservado en la misma[45], singularmente en la iglesia de la Nave, que avalan la importancia del territori en este momento del siglo VII en que debió conocer cierto flotamiento artístico y económico, como parece atestiguar la construcción de aquella, periodo en la vida rural se articula de modo primordial en torno a los ministerios, que perdurara en la época siguiente[46], y como con los que hipotéticamente cabría relacionar el supuesto centro religioso al que habrán pertenecido las cruces y demás mobiliario litúrgico de Villafáfila.
Autor: Jorge Juan Fernández González NVMANTIA. Investigaciones Arqueológica en Castilla y León, III, 1990, págs. 195-208.
Dibujos y fotografías: Dibujos: Ángel Rodríguez González Fotografías de las piezas a Jerónimo Cendoyal. Lám1: 1 y 2, Lám.2: 1 y 2. FIG. 1, 2 y 3.
Fotografía: Láminas de cruces a color https://es.wikipedia.org/wiki/Villaf%C3%A1fila#/media/File:Tesorillo_de_Villaf%C3%A1fila.JPG.
Trascrito y montaje José Luis Domínguez Martínez. Todo texto, fotografías, transcripción y montaje, los derechos son pertenecientes a sus autores, queda prohibida sin autorización cualquier tipo de utilización. Todo texto y fotografía ha sido autorizado al almacenamiento, tratamiento, trabajo, transcripción y montaje a José Luis Domínguez Martínez, su difusión en villafafila.net, y cualquier medio que precie el autorizado. [1] Los dibujos se deben a Ángel Rodríguez González y las fotografías de las piezas a Jerónimo Cendoyal. [2] Gómez-Moreno, M., Catálogo monumental de la provincia de Zamora, Madrid, 1927, p. 76 lám. 25. [3] Zeiss, H., Die Grabfunde aus den Spanischen westgotenreich, Berlín-Leipzig, 1934, pp. 73 y 178, lam. 22, 1 a 3. [4] Ferrandis Torres, J. Artes decorativas visigodas, en Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, III, España visigoda, 1985, 5ª ed. p. 692. [5] Ferrandis Torres, J., Artes decorativas visigodas, en Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, III, España visigoda, 1985, 5. ª ed., p. 692. [6] Velasco Rodríguez, V., Catálogo-inventario del Museo Provincial de Bellas Artes de Zamora, 1968, p. 71, lám. 28. [7] Rodríguez Hernández, J., Una posible villa romana en Villafáfila (Zamora) en Zephirus, XXVIII-XXIX, 1978, pp 260-263; Regueras Grande, F., Restos y notitas de mosaicos romanos en la provincia de Zamora, en el Anuario del Instituto de Est. Zamoranos "Flolrián de Ocampo", 1985, pp. 42-46, láms. IV a VII. [8] Palol Salellas, P. de, Demografía y arqueología hispánica de los siglos IV-VIII, en BSAA, XXXII, 1966, p. 53 [9] Sevillano Carvajal; V., Testimonio arqueológico de la provincia de Zamora, Zamora, 1978, p. 311. [10] Corzo Sánchez., R. San Pedro de la Nave. Estudio histórico y arqueológico de la iglesia visigoda, Zamora, 1986, p. 35, foto. 11. [11] HüBener, W. Las cruces de lámina de oro de la temprana Edad Media, en Ampurias, 43, 1981, p. 272. [12] Puertas Tricas, R., El caño hispano-visigodo de Cártama, en Homenaje al Prof. Martín Almagro Basch, IV, Madrid, fig. 3,7. [13] Según la hija del hallador del tesorillo, doña, Ladislaa Fernández, que nos proporcionó amablemente gran parte de los inapreciables datos recogidos, las piezas aparecieron con motivo de la apertura consecutiva de tres norias para el riego, cegadas actualmente, hallándose el tesorillo al abrir la primera de ellas. El lote de piezas habría aparecido a unos dos metros de profundidad en la pared del pozo, en una tierra que parecía removida, no hallándose restos de hueso ni de piedra, y si algunos fragmentos de recipientes, "morteros" para nuestra informante. Al taparse el hueco abierto por no haberse hallado agua se habría encontrado un brazo de cruz de oro que sería adquirido por un vendedor ambulante, siempre según testimonio de la hija del hallador. [14] Hemos utilizado para croquis que señala gráficamente el lugar del hallazgo la Hoja 13-13 (308) de Mapa General, escala 1: 50:000, serie L, de la Cartografía Militar de España, debido a la mayor actualidad de su edición respecto a la Hoja correspondiente del Mapa Topográfico Nacional E. 1: 50.000. [15] Al objeto de poder documentar mejor el lugar de hallazgo del tesorillo, y recuperar, en caso, posible de materiales que pudieran ponerse en relación con aquél, realizamos en los días 21 y 25 de junio de 1986 una pequeña excavación destinada fundamentalmente a comprobar la existencia de algún tipo de estructura, - posible edificio oculto o área de necrópolis - , o deducir, en su caso contrario, que se trataba de un hallazgo aislado, sin relación con un contexto. Para ello se plantearon dos catas de sondeo de 3 x 2 metros y 2 x 2 metros respectivamente, con un testigo entre ambas de 1 metro, que se situaron frente al extremo del palomar que delimita por el Sur la finca de Demetrio Zamorano (lám. 1 y 2 drcha). La primera de ellas resultó estéril abandonándose por ello a los 80 cms. de profundidad, en una capa de tierra gredosa. La segunda sin embargo permitió la localización de uno de los pozos aludidos en la nota nº 13, como confirma la recuperación, en torno a los 3 metros de profundidad, de un elemento de hierro relacionado con el sistema de cangilones habituales en las norias, depositado sobre el fondo de roca arenisca. Lamentablemente los sondeos efectuados no proporcionaron los resultados esperados por lo que no se incluye en este artículo documentación gráfica sobre los mismos. De ello, lógicamente, no cabe inferir en la ausencia de estructuras en la totalidad de la zona relacionada con el hallazgo del tesorillo sino estrictamente en los puntos concretos en que se plantearon las catas, que no se pueden considerar suficientemente indicativos, si bien nos afirman en la idea del hallazgo aislado. Por otra parte la excavación, al encontrarse uno de los pozos practicados con ocasión del hallazgo del tesorillo en 1921, avala la veracidad de las noticias en torno a las circunstancias de aparición suministradas por nuestros informantes. [16] Haseloff, G, Die langobardischen Goldblattekruze. Ein Beitran zur Frage nach dem Ursprung von Stil II, Mainz, 1956, pp. 143-163, Tefel 9 a 12; Schaffan, E. Kunst der longobarden in Italian, Leipzig, 1941, Tafel 52 a, 54 e, Peroni, A. Orefecerie e Archeología longobarda in Toscana. Le necropoli, Firenze 1971, lám. 10. [17] Hübener, W., Las cruces de lámina..., ob. cit. [18] Caillet, J. P, L´antiquité classique, le haut moyen âge et Byzance au Musee de Cluny. Catalogue, Paris 1985, p. 187. [19] Almagro Basch, M., Los fragmentos del Tesoro de Torredonjimeno conservados en el Museo Arqueológico de Barcelona, en Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales, VI, 1946, láms. XIII; Almagro Basch, M, Los fragmentos del Tesoro de Torredonjimeno conservado en el Museo de Barcelona, en Men. de los Mus. Arq. Prov., IX-X, 1948-49, lám. LXVI; Hübener, W., Las cruces de lamina..., ob. cit., fig. 4. [20] Hübener, W., Las cruces de lámina... ob. cit., pp. 275-246. [21] Ibidem, p. 260. [22] Ibidem, p. 276. [23] Ibidem, p. 257. [24] Schlunk, H. y Hauschild, Th. Hispania Antiqua. Die Denmäler der frühchristlichen und westgotischen Zeit, Mainz an Rhein, 1978, pp. 110-111, p. 201; López Serrano, M., Artes decorativas de la época visigoda, en Historia de España dirigida por Menéndez Pidal, III, España visigoda, Madrid, 1985, 5.ª ed., p. 733. [25] Palol, P. De, Arte hispánico de la época visigoda, Barcelona, 1986, pp. 158, 168-173. [26] Palol Salellas, P. De los incensarios de Aubenya (Mayorca y Lladó (Gerona), en Ampurias, XII, 1950 p. 12. [27] Orsi, P., Sicilia Bizantina, Roma, 1942, vol. I, figs. 80-81. [28] Strzygowski, J., Kostische Kunst. Catalogue General des Antiquités egiptiennes de Musée du Caire, Osnabrük, 1973, lám XXXII. [29] Caballero Zoreda, L., Alconétar en la vía romana de la Plata. Garrovillas (Cáceres), Excavaciones Arq. en España, 70, 1970, p. fig. 29. [30] Boube-Piccot, CH., Bronzes coptes du Maroc, en Belletin d´ Archeologie Marocaine, VI, 1966, p. 343, lám. VI. [31] Caillet, J-P., L´antiquité..., ob. cit., p. 215. [32] Cabrol, F. y Lecleroq, H. Dictionnaire d´Archeologie chrétienne et de liturgie, Paris, 1922, p. 24. [33] Palol, P. De, Los incesarios..., ob. cit., p. 7. [34] Ibidem, p. 13. [35] Cabrol, F. y Lecleroq, H., Dictionnaire..., ob. cit. p. 27. [36] Goméz -Moreno, M. Catalogo..., ob. cit., p. 76. [37] Palol Salellas, P. De. Bronces hispanovisigodos de origen mediterráneo I. Jarritos y patenas litúrgicas, Barcelona, 1950, p. 136 [38] Quintana Prieto, A., Santoral de la diócesis de Astorga en Introibo, 3, Astorga, 1966. [39] Gómez-Moreno, M. Catalogo..., ob. cit., p. 182. [40] Martín Valls. R. y Delibes de Castro, G. Hallazgos... ob. cit., pp. 303 y 311. [41] Menéndez Pidal, R., en Historia de España dirigida por R Menéndez Pidal, III, España visigoda, Madrid, 1985, 5.ª ed., p. XVII. [42] Martínez Sopena, P., La tierra de Campos Occidental. Poblamiento, poder y comunidad del siglo X al XIII, Valladolid, 1985, pp. 309 y ss. [43] Mínguez Fernández, J. Mª, Colección diplomática del Monasterio de Sahagún (siglos IX y X) León, 1976, p. 40. [44] Gómez-Moreno, M., Catalogo..., ob. cit., p. 76 [45] Alonso Avila, A., Suevos y visigodos en el territorio de la actual provincia de Zamora, en Studia Zamorensia Histórica, VI, 1985, p. 52. [46] Corzo Sánchez, R., San Pedro de la Nave..., ob. cit., p. 36
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